Pobres pobres
A ver si algunas los vemos hasta sin verlos y otros no los ven aunque los tengan ante sus jetas de hormigón armado


El otro día tuve una crisis reputacional gorda por tonta. En un ataque de ego, concedí una entrevista a un colega y confesé solita y sin venir a cuento que yo, periodista que aspira a contar la vida, evito coger el metro, porque ver a tantos pobres mendigando me pone mala físicamente. Al punto, por supuesto, salió un pelotón de compañeros, de algunos de los cuales me consta que no han pisado el metro en su vida, a fusilarme poniéndome de pija clasista para arriba. Mea culpa. Podría intentar arreglarlo diciendo que se malinterpretaron mis palabras, pero me temo que son rigurosamente ciertas.
Desde cría, la visión de la desigualdad encarnada en la figura de una persona sin recursos me revuelve el cuerpo y el alma hasta el punto de someterme a verdaderas yincanas diarias para esquivarla. Desde cruzarme de acera si atisbo a un mendigo en lontananza, a hacerme kilómetros de coche para comprar el pan con tal de no enfrentar la mirada del hombre que pide la voluntad en el súper de casa. Total, para nada. Porque, a diferencia de Enrique Ossorio, el presidente de la Asamblea de Madrid, que, en 2022, ante un informe de Cáritas que cifraba en millón y medio los pobres madrileños, se preguntaba dónde estaban, yo sé exactamente dónde se hallan. En todas partes. Desde la puerta de su despacho, a la de los hoteles, tiendas y teatros de ese mismo Madrid que dicen que va como un tiro. Y no me los quito de la cabeza.
Uno de los únicos sitios supuestamente libres de pobreza extrema, porque no se veía, era el aeropuerto, pero ya ni eso. En el de Barajas, 400 hombres y mujeres pobrísimos, de enfermos mentales a desempleados a trabajadores cuyo jornal no da ni para pagar una cama de mala muerte, duermen cada noche en la T-4. Mientras el Ayuntamiento, la Comunidad y el Gobierno se los echan obscenamente a la cara en vez de sentarse juntos a ayudarlos caso a caso, los pobres pobres siguen ahí, existiendo, molestando, empeñados en dar la lata, pesados como ellos solos. Por ahora, los han arrumbado a la planta baja para que pijas clasistas como la que firma no los veamos. O a ver si va a ser que algunas los vemos hasta sin verlos y otros no los ven aunque los tengan ante sus jetas de hormigón armado. En fin, ¿qué digo el metro? Ya no va a poder una ni coger un avión tranquilamente sin que le estropeen el viaje.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
