Los 400 vecinos de una pedanía cordobesa que se volcaron con 200 pasajeros varados que iban de camino a Sevilla y Madrid
La solidaridad ha sido esencial para ayudar al medio millar de viajeros de dos trenes que se han visto obligados a pasar la noche en esa provincia

El tren operado por Iryo que salía el lunes de Madrid a las 10.30 tenía que llegar a Sevilla a las 13.30. Sus 220 pasajeros -muchos de ellos turistas- lo han hecho a las 10 de la mañana de este martes. Casi un día después. El apagón frenó en seco el convoy a casi 100 kilómetros de la capital andaluza, en medio de la nada. El agotamiento en sus gestos al atravesar la puerta corredera de llegadas de la estación de Santa Justa apenas ilustraba las horas de incertidumbre mientras estuvieron varados a pleno sol hasta que llegó la Guardia Civil, ni el derroche de solidaridad de los vecinos de Mesas de Guadalora, la pedanía del municipio cordobés de Hornachuelos, donde han pasado una noche también ajetreada y sin ningún tipo de conexión, porque la luz no llegaría hasta pasadas las cinco de la mañana. Además de la importancia de la red eléctrica, su experiencia les ha enseñado que hay otra red esencial para garantizar cierta normalidad, la que tejen las personas con su generosidad.
“Ha sido algo dantesco”, resume la experiencia Sandra Fontelo, de 49 años que había estado el fin de semana en Madrid visitando a una familiar. Cuando el tren paró, siguiendo las instrucciones de los responsables de la compañía, todos los pasajeros se apearon. “Vimos que a lo lejos había una nave de Adif y nos dirigimos hasta ella paralelos a las vías del tren”, explica Sandra. Allí permanecieron siete horas sin apenas agua. “Lo peor fue el frío que vino luego y la incertidumbre, porque no teníamos ninguna conexión”, abunda Mauricio Jiménez, el patriarca de una familia costarricense de siete que está en el final de su periplo por Europa. “Sin duda esta ha sido nuestra mejor aventura”, subraya con ironía.
Al filo de las siete de la tarde aparecieron varios vehículos de la Guardia Civil que les surtieron de agua y bocadillos, pero de ninguna solución a su penosa situación. “Nos dijeron que nos íbamos a tener que quedar allí”, cuenta Alejandra Rosaroli, argentina de 46 años con la mochila a cuestas cargada de los recuerdos del Camino de Santiago que acababa de concluir y a los que quería sumar un recorrido por el sur de España. En sus ojos cansados asoma un remedo de la desazón que sintió cuando los agentes no les ofrecieron ninguna alternativa pasa salir del abandono en el que estaban sumidos.
Sin embargo, casi dos horas después, sobre las 20.30, les confirmaron que podían desplazarse hasta Mesas de Guadalora, a apenas un kilómetro. Los guardias civiles en sus vehículos y un trabajador de Adif, que se había desplazado hasta allí con el suyo, los fueron trasladando hasta el salón del pueblo de la pedanía. No se esperaban que tras el frío de la nave se iban a encontrar con el calor de sus 400 vecinos. “Trajeron sillas y colchones de sus casas, abrieron la casa rural para las familias con niños pequeños. Cómo se portaron”, recuerda Sandra, en el único momento en el que se evapora la fatiga de su rostro.

“Desde el apagón, en la plaza del pueblo se comentaba que se había quedado parado un tren, luego se decía que la situación se había resuelto, pero a última hora ya se confirmó que venían para acá. Hubo mucha confusión”, explica desde el teléfono José Luis Cumplido, que regenta el Kiosko-Bar El Chiringuito, en Mesas de Guadalora. “Organizamos el salón del pueblo en cuestión de segundos. Cada uno trajo de sus casas sillas, mesas, hamacas, mantas… y luego el catering que tenemos en el pueblo se volcó con ellos y se puso a hacer comida”, señala la alcaldesa, Eugenia Moreno, profundamente emocionada por la generosidad de sus vecinos.
Y es que ellos, que llevaban sumidos en la oscuridad desde el apagón, no dudaron en cocinar para ellos sopa y macarrones o en llevarles pastas y café. “Los que tenían casas rurales las ofrecieron, los que tenían una cama también, e íbamos apuntando dónde se quedaba cada uno”, explica Moreno. Hasta llevaron generadores para tratar de ofrecerles la luz de la que ellos no disponían. “¿Para qué la queríamos nosotros si estaba todo el pueblo en la plaza con ellos?”, señala la alcaldesa.
Desconectados, sin electricidad, pero con buena comida, los viajeros pudieron sobrellevar parte de la noche. Pero sin mucha calma. Porque a eso de las cuatro de la madrugada, los agentes les comunicaron que tenían que regresar al tren porque iban a desplazarlo hasta Madrid. “Allí habíamos dejado las maletas”, recuerda Mauricio.
Así que, de nuevo, se subieron todos a los coches de la Guardia Civil y al de los vecinos que se prestaron voluntarios para regresar al descampado cordobés. Pero, una vez allí, les conminaron a volver, porque había habido un cambio de planes. Al regresar, al menos tuvieron la buena noticia de que había regresado la luz al pueblo, pero el caos y la incertidumbre también volvieron a hacer acto de presencia.
“Nos dijeron que los que quisieran volverse a Madrid tenían que regresar al tren porque iba a salir hacia allí y que los que no, que tendríamos que buscarnos la vida”, indica Sandra, aunque casi al instante se volvió a descartar la primera opción. Con todo el cansancio acumulado y sin disiparse la incertidumbre, muchos de los viajeros cayeron en un desánimo total. “Fue una sensación de abandono terrible. ¿Pero es que nadie se iba a hacer cargo de nosotros?“, relata Rosalía. De ese abatimiento y desesperación también se aprovecharon algunos vecinos de la pedanía que ofrecieron llevar a los pasajeros hasta Sevilla por 50 euros. “Al menos no eran los 200 que pidió el taxista del pueblo”, puntualiza Sandra.
Orgullo e incertidumbre en el trayecto Málaga-Madrid

Finalmente, poco antes de las nueve de la mañana, les confirmaban que todos podrían regresar a Sevilla. “Los vecinos volvimos a hacer una caravana para llevarlos hasta el tren”, recuerda la alcaldesa. Antes que su convoy, había habido que esperar a que otros 300 pasajeros, también varados en la provincia de Córdoba, retomaran su trayecto desde Málaga a Madrid. Una de ellas era Carmen Marín, que se subió a un tren operado por Ouigo el lunes a las 11.15 y 24 horas más tarde seguía en él. Se quedaron varados a 20 kilómetros del municipio de Brazatortas, en la provincia de Ciudad Real. “La tripulación decidió parar en la subestación de Adif en Venta Inés porque era un lugar amplio, llano y había sombra. Nadie sabía el tiempo que íbamos a estar allí y era bueno un mínimo de comodidad para salir un poco de los vagones”, explica Carmen aun desde su asiento, un poco cansada “y algo aburrida ya después de tantas horas”.
Sin cobertura telefónica ni internet, ella y sus compañeros de viaje quedaron totalmente incomunicados hasta que a media tarde unos chicos encontraron de casualidad a un vecino del pueblo en los alrededores. Él puso en aviso a otros residentes y más tarde llegaron varios vehículos a la zona para llevarles comida. Con ellos, también, pudieron trasladar a la localidad manchega a las personas mayores y los niños con sus familias que lo desearan. “Lo peor es que no había información y sí mucha incertidumbre”, señala. La mayoría del pasaje decidió —unas 250 personas— quedarse en el tren. Saciaron el hambre con los alimentos que les llevaron desde el municipio y cuando cayó la noche se apañaron como pudieron para dormir.
Poco después de la medianoche volvió la luz, así que minutos más tarde, se desplazaban al sur hasta Villanueva de Córdoba, donde han pasado toda la madrugada. “A primera hora, sobre las seis, vino Cruz Roja y nos dieron una ración de comida por persona”, relata la mujer. A esa hora volvió la cobertura y fue cuando conocieron que su tren era uno de los tres que todavía no habían sido evacuados. “Poco después ya vinieron vecinos de Villanueva a traernos más desayunos, así como efectivos de Policía Local, Protección Civil y Guardia Civil. A la UME no la hemos visto”, destaca Carmen que, por fin, ha visto cómo el tren empezaba a moverse hacia Madrid sobre las 11.00 de la mañana. “Pero va muy lento porque debe haber mucho tráfico en las vías, esperamos para la hora de comer”, destaca. “La sensación es de orgullo porque yo no me he puesto nerviosa y he intentado ayudar todo el rato. Pero en general toda la gente del tren ha estado muy bien y también los residentes de los pueblos, que nos han ayudado muchísimo”, concluye.
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