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Crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Palestina, la tierra estrecha’: ejercicio necesario de honestidad periodística

La reportera Beatriz Lecumberri escribe un amplio reportaje con personajes dispares, cosido al margen del paternalismo y la equidistancia

Imagen tomada en febrero de 2024 en Erez, donde los soldados israelíes dejan pasar a los colonos hacia Gaza.
Javier Martín

En tiempos de mensajería telefónica y audios que sustituyen la murria que nos produce teclear (y leer) párrafos largos, vayamos aquí también directos al meollo de la cuestión. De los cientos de libros que se alistan en las estanterías y bibliotecas sobre el manido y bizantino conflicto entre judíos y palestinos, o entre las decenas que cada mes brotan en las mesas de novedades literarias, ¿por qué escoger e invertir el dinero de un buen menú en Palestina, la tierra estrecha, de la corresponsal Beatriz Lecumberri? ¿Qué aporta, qué le hace distinto, más atractivo, más interesante, más nutritivo y meritorio que el resto?

La respuesta es también llana y directa: se trata de un documentado y sincero ejercicio de honestidad; un amplio reportaje, en el sentido más iluminador del término, cosido al margen del paternalismo, la polarización, el sectarismo, y sobre todo de la manoseada y nociva equidistancia, el concepto que más ha contribuido (y aún contribuye) a profundizar la abacial crisis de identidad que padece el periodismo actual. En los vastos senderos conceptuales que cada uno de los capítulos de Palestina, la tierra estrecha abre al lector, emerge y se desliza sin estridencias ni distorsiones el caleidoscopio de verdades cruzadas sobre el conflicto que tanto el sionismo como los extremismos islámicos y cristianos han pretendido ocultar durante más de 150 años, en una galería dispar de personajes con un nexo compartido: la humanidad, el compromiso y la doliente sinceridad que emanan sus relatos.

A lo largo de las más de 250 páginas que componen el libro, lo primero que agradece el lector es la discreta presencia (anclada al terreno) de la reportera, que se limita a tejer con maestría cinematográfica los complejos espacios físicos, contextuales y psicológicos en los que se desarrollan las historias: un paseo marítimo herido por las bombas, un puesto de control israelí deshumanizado, un túnel robotizado y despersonalizado que separa algo más que dos mundos…, pero también su apuesta por el silencio: el bello y simple arte de escuchar, el otro pilar esencial del buen periodismo arrinconado en tiempos de extremismo, intolerancia y ruido.

Lo segundo, que están todas las voces que deben estar, todas aquellas que ayudan a la titánica tarea de comprender un conflicto que es, sobre todo, poliédrico: israelíes y palestinos que luchan; palestinos e israelíes que dialogan; palestinos e israelíes que se desconocen; israelíes y palestinos que se ignoran; hombres y mujeres, seres humanos que, en definitiva, por una razón y otra, al margen de su etnia y su religión, de su ideología, educación o condición social, sufren. Y las que pudieran faltar, no son por demérito, desidia o decisión de la periodista: en este conflicto en particular, quienes se resisten o niegan a hablar lo suelen hacer porque son incapaces de defender con palabras —y no con armas— argumentos que en sí mismos —y en el marco de la legalidad internacional— son indefendibles. O que, simplemente, destilan puro odio.

La sucesión de relatos de Palestina, la tierra estrecha deja, no obstante, dos reflexiones que, pese a su barniz de pesimismo, se antojan sendos hilos de Ariadna en el laberinto de obcecación, deshumanización y amoralidad en el que se ha convertido el conflicto en Palestina y que frenan todo atisbo de salida negociada. La primera es que la solución de los dos Estados, tal como fue planteada, no solo es inviable hoy. Nunca fue nada más que un truco diplomático y político para dilatar una falsa esperanza y facilitar la misión última de sionismo supremacista y homicida que desde hace una década lidera la figura de Benjamín Netanyahu en alianza con los movimientos de colonos y los ultraortodoxos. Una realidad que ya era palpable en 2014, cuando el actual primer ministro se echó en brazos de ellos para tapar los delitos de corrupción que le acosaban a él y a su esposa, y para desvirtuar —­hasta acallarlas— las voces judías más progresistas.

No es posible porque los que ahora gobiernan en Israel nunca quisieron la paz y los que dicen gobernar a los palestinos nunca supieron defender a su pueblo, hundidos en la proverbial división árabe. Pero también por un factor geográfico visible en los mapas, las carreteras segregadas, los muros, las vallas físicas y mentales y el avance imparable de la colonización de Cisjordania y la destrucción de aldeas y hogares palestinos, como bien dibuja la autora.

La segunda es que la paz, para ser sostenible, debe tener memoria. Como dice uno de los protagonistas, hemos de saber que este conflicto no empezó con el ataque de Hamás el 7 de octubre. Tampoco con la partición en 1948. Ni siquiera con la primera aliyah fruto de la miseria moral nazi, o con el terrorismo sionista contra el colonialismo inglés. Va mucho más allá de las fechas y los lugares. Está alojado en las mentes, en las familias, en las escuelas, en las ambiciones políticas locales e internacionales. En la geoestrategia mundial. Y frente a ello, la única solución es la aproximación humanista, es decir, el conocimiento. Porque como culmina la autora, “de lo que no se habla es como si no existiera, y quienes toman las decisiones en este conflicto, de un lado y de otro, lo saben. Cerrar los ojos para no ver y para no contar (para no leer y no actuar) acelera nuestra complicidad con la estrepitosa derrota de la verdad”.

Palestina, la tierra estrecha

Beatriz Lecumberri  
Big Sur, 2025
266 páginas. 18,95 euros

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