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Cómo esquivar comidas familiares, cenas de grupo y domingos de limpieza general

La épica de la renuncia y el sacrificio son la cortina de humo perfecta para los practicantes de las nobles artes de la huida y el escaqueo

Esquivar - GASTRO
Maria Nicolau

Imagina una vida en la que dos días de cada siete vivieses en estado de indulgencia plenaria. Esos dos días encontrarías mesa libre en cualquier restaurante sin tener que reservar, no tendrías que hacer cola para pagar en el supermercado, y encontrarías una plaza de aparcamiento perfecta siempre esperando, a la primera, justo donde y cuando la necesitases. Ese tiempo serías ama y señora del mando de la tele; podrías elegir ver la serie que te diese la santa la gana sin tener que argumentar ni convencer ni negociar, y, si te apeteciese, podrías tirarte en el suelo con una bolsa de cacahuetes salados a la izquierda y unos taquitos de queso a la derecha sin oír comentarios sobre si las once de la mañana es una hora decente para enchufarse a jugar a la consola, a tu edad, con un hijo y la casa sin barrer. Gozarías de libertad total para elegir tu ocio. No tendrías que pasar la mañana libre haciendo puzles para menores de cinco años, ni repasar en voz alta las tablas de multiplicar. Podrías no ir a la playa porque te da palo, escaparte al chiringuito a cascarte una mariscadita para una con media botella de Riesling alsaciano, o echar la mañana en el concesionario de Chrysler del centro, sólo mirando. Si alguno de esos dos días quisieses ir al cine, encontrarías siempre las palomitas recién hechas, la sala medio vacía y las entradas con descuento. Eso es trabajar sábados y domingos y librar lunes y martes, compañera: un oasis divino de salud mental mientras la pareja está en el trabajo y los niños en el colegio.

Si, como yo, tienes más alma de tejón que de cordero, si tu espíritu no es gregario, toma nota: hacerse cocinera es una gran estrategia para esquivar tanto comidas familiares, como cenas de grupo, como domingos de limpieza general. Y no sólo te vas a poder ir de rositas, sino que te van a irar y a compadecer. La épica de la renuncia y el sacrificio siempre han sido la cortina de humo perfecta para los practicantes de las nobles artes de la huida y el escaqueo.

Las mujeres que nos han precedido lo han tenido mucho más difícil. Su tiempo estaba subordinado al relato diseñado por esa clase de hombres que consideran que la mitad de la pareja que se queda en casa cuidando de hijos y ancianos, haciendo la colada y la cena, y pasando la escoba y el trapito, es la que tiene una vida regalada de planchar despreocupadamente, canturreando con una copa de vino en la mano izquierda, mirando la telenovela, sostenida por la ardua y sufrida tarea del que se va a “hacer las Américas” cada día a un trabajo de verdad. Curiosamente, esa es la misma clase de hombre que se esfuma a dar una vuelta en bici o a hacer senderismo cada fin de semana a la mínima oportunidad, o que cuando una tarde se tiene que quedar sólo con el de dos, el de cuatro y el gato, una hora después de que tú hayas salido por el portal —quizás para ir al médico, a lo mejor porque tu padre se está muriendo, pero siempre por causa de fuerza mayor— luce la misma mirada de espanto que tendría un escarabajo pelotero que, después de un vuelo acrobático, hubiese aterrizado de espaldas y no lograse darse la vuelta.

Ahora que el halo de perfección de la idea de familia convencional se desvanece, que la turbomodernidad ha tirado de la manta y ha dejado al descubierto las sombras, los corsés y la cantidad de trapos sucios con que está construido el ideal de hogar familiar perfecto, las mujeres tenemos una oportunidad de oro de reformular el oficio de cocinero y presentarlo como una carrera profesional ideal para todas aquellas que deseen, en efecto, ir al revés del mundo. Sé chef. Es una magnífica estrategia para habitar un mundo lleno de normas, expectativas y reglas sociales encontrando un encaje que respete tu naturaleza, y una coartada inmejorable tanto para descarrilar de los roles tradicionales de género, como para evitar sin problemas compromisos incómodos: las citas o los planes previos se pueden cancelar, pero el trabajo sigue gozando de la condición de sagrado, y nadie presiona para que no acudas a la llamada del deber. A ellos no les pasa, no veo por qué para nosotras tendría que ser distinto.

¡Qué gran oportunidad para el sector de la restauración de ser creativo de verdad!, reformular el mito fundacional del oficio, desmontar el relato del héroe que se sacrifica sábados, domingos y festivos en un trabajo que, ya se sabe, es muy esclavo, y relanzarlo como lo que es: un marco perfecto para que las nuevas generaciones puedan desplegar un nuevo paradigma de libertad relacional.

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Sobre la firma

Maria Nicolau
Es cocinera de oficio y por vocación. Durante más de veinticinco años ha trabajado en restaurantes de España y Francia. Autora del libro ‘Cocina o Barbarie’, prologado por Joan Roca en catalán y Dabiz Muñoz en castellano. Actualmente vive en Vilanova de Sau, Osona, donde ha conducido el restaurante de cocina catalana El Ferrer de Tall.
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