Moises Saman, Pulitzer de fotografía: “Retratar la dignidad de la gente ha sido mi hilo conductor”
El fotoperiodista ha cubierto durante más de 20 años las guerras en Irak, Afganistán, Siria, Libia y Sudán


Moises Samán (Lima, 51 años) ha ganado este mayo dos premios Pulitzer de fotografía, el galardón más importante del periodismo mundial. Uno en la categoría de Fotografía Destacada por su cobertura de Siria tras la caída del dictador Bachar El Asad, para la revista The New Yorker, y otro en Cobertura Internacional, como parte del equipo de The New York Times que cubre la guerra en Sudán. Dice, en una videollamada desde su casa en Jordania, que llegó a su oficio de casualidad. Nació en Lima, con dos años se mudó a Barcelona y superada la adolescencia se fue a Estados Unidos. Allá repartió directorios telefónicos, lavó platos y atendió mesas en restaurantes. Sin terminar de entender inglés, se inscribió por descarte a la carrera de sociología en una universidad “donde dejaban entrar a cualquiera”. Y ahí las vio: varias fotos de la entonces activa guerra de los Balcanes que le enseñó su profesor. “Yo reaccioné a eso”, dice.
Hoy es fotógrafo de la agencia Magnum, la más prestigiosa del mundo; ha cubierto con profundidad los conflictos de países como Afganistán, Libia, Irak, Siria, Sudán y Egipto, entre otros. Colabora regularmente con The New York Times, The New Yorker y Time, entre otros gigantes y ha sido reconocido con varios premios World Press Photo por su trabajo.
Pregunta. Ganar un Pulitzer es el sueño de muchos periodistas. Usted ganó dos. ¿Cómo se siente?
Respuesta. Es algo obviamente profundo y conmovedor para mí, pero también algo incómodo. Ojalá el valor que se le ha dado a esas imágenes, se le diera a las vidas de las personas a las que les hice las fotos, pero el mundo no funciona de esa manera. Son ellos los que han vivido y siguen viviendo las consecuencias de la guerra.
P. A Siria llegó dos días después de la caída del régimen. ¿Con qué se encontró?
R. Con un país exhausto. Era una mezcla de resignación con mucha dignidad. Gente que solo ha conocido la guerra, sobre todo los jóvenes, a los que les cuesta mucho imaginarse el futuro, imaginar algo que no conocen. El final de la dictadura no significa la felicidad, la libertad, sino el inicio de otra forma de incertidumbre: quedarse sin saber qué le pasó a tus hijos, a tus primos, a tu madre, a tu padre.
P. ¿Qué significó volver a Siria en ese momento?
R. Yo sentí una obligación de volver. Había cubierto Siria intermitentemente desde los primeros días de la guerra. Fue como cerrar un círculo de un conflicto que marcó mi carrera a nivel profesional y personal.

P. ¿De qué manera?
R. Cambió la manera de abarcar mi trabajo y de entender la complejidad de estos conflictos. En la guerra, los roles de víctima y victimario se intercambian constantemente y quise transmitir esa complejidad a nivel visual. Supuso un rechazo a la objetividad y a la idea del periodista que busca cambiar lo que está pasando. Ese idealismo se rompió.
P. Las fotos de Siria tienen un gran componente estético. ¿Cómo retratar con belleza algo tan horrendo?
R. Siempre busco tener presente que estoy fotografiando personas, no quiero reducirlas a la categoría de víctima. Intento ser más ambiguo visualmente. Eso abre otras puertas estéticas, puedes tomarte otras libertades, como esta idea de fotografiar lo que no es fotografiable, la ausencia, lo que queda, el dolor, que fue muy importante en las fotos en Siria. Eso me ha forzado a buscar diferentes soluciones estéticas, no sé si es belleza.
P. ¿Alguna imagen de la serie que le haya impactado en particular?
R. Una muy simple, de una pared en una cárcel que estaba llena de huellas difuminadas. Huellas de personas que al ser procesadas les hacían marcar sus huellas y quizás se limpiaban el dedo en la pared. Cada huella representa una persona con historia, con familia, que no se sabe si está viva, pero que es lo que queda de ellos, eso me marcó.

P. Hay una de un exprisionero en el suelo de esa misma cárcel, reviviendo cómo lo torturaban, mientras su padre lo mira. ¿Cómo sucedió esa foto?
R. Fue increíble. El chico se llama Motasem Kattan, tiene veintipico años. Lo entrevistamos en su casa, dos o tres días después de que saliera de la prisión cuando cayó el régimen. Él y su papá insistieron en llevarnos a la cárcel por primera vez desde que había salido. Creo que esa fue su manera de retomar el control de su vida: volver a ese sitio, pero en otro contexto totalmente diferente al que estaba solo tres días antes y mostrar la verdad de lo que le había pasado. Quería tocar las mismas paredes, la misma celda, que no hubiera duda de que esto sí le había pasado.
P. ¿Qué es una buena foto?
R. Una foto con la que puedas interactuar. Una donde no está toda la información. La que te obliga a mirar dos veces, donde encuentras una relación personal, aunque sea de algo con lo que nada tienes que ver. Hay que sentir algo. No es tanto sobre información, sino a nivel de corazón, algo visceral, aunque en ese momento no sepas cómo definir esa relación.

P. Jon Lee Anderson, su compañero en Siria y mítico periodista de The New Yorker, dice en el texto que acompaña sus fotos que usted tiene una “capacidad especial para identificar rastros menos obvios de la pérdida humana”, ¿cuáles son esos rastros?
R. Son elementos que pueden humanizar una situación que no es humana o que ha perdido toda la humanidad. Rasgos con el que el vidente, alguien que nunca ha estado en estos contextos, pueda conectar con el fotografiado. En las fotos que vemos todos los días de Gaza, por ejemplo, cuántas fotos más podemos seguir viendo de niños sin vida, ahí en tu cara, las fotos más fuertes y no reaccionamos. Hay algo ahí que hemos perdido, el poder reaccionar a algo tan inhumano, tan injusto. Entonces hay que intentar buscar otras soluciones. Tal vez hacer una foto de la habitación de uno de estos niños que dejó antes de morir, quizás esto podría tener más conexión con el vidente que ver una foto de un niño sin vida, no sé.
P. ¿Qué lugar debe ocupar el periodista en conflictos como el de Siria o Gaza?
R. Hay que mantener la dignidad de la gente que está pasando estas experiencias. Eso es algo que para mí ha sido un hilo conductor. Contar las historias con la complejidad que tienen por ser historias de personas con nombres, biografías, sueños, memorias, temores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.