Y tantos lloramos el adiós de Modric, estética y ética
Yo también me conmuevo con su despedida. O con la de ese señor tan correcto, inteligente, normal, digno, ajeno al histrionismo llamado Ancelotti


Cuando acaba la despedida de Modric, miro con gesto púdico a mis ancestrales vecinos de asiento en el Bernabéu. Dos de ellos, nada exhibicionistas, buena gente, uno joven y el otro viejo, tienen los párpados húmedos. Es real, sienten mucha e introvertida pena ante la certidumbre de que ya no volverán a ver en ese estadio a alguien que les hizo felices. Y aunque yo tenga atrofiadas las lágrimas, me siento como ellos, diciendo en mi interior con pena infinita adiós a todo eso, a un fulano que desprendía arte utilizando una pelota, a un profesional que, además de estética, la compaginaba con la ética en su comportamiento. Nunca un atropello, una trampa, un fingimiento, un chantaje bendecido por esa cosa tan repugnante de los ultras, gente cuyo único y masivo nivel expresivo durante los partidos es aullar “me cago en tu puta madre”. Afirmando grotescamente que ellos son los mejores del mundo porque su equipo lo gana todo. Abundan los ágrafos y los analfabetos, pero también muchos pijos y poderosos, convencidos inútilmente de que son dioses porque su equipo es el vencedor supremo. Y los especuladores del inmenso chanchullo económico que supone el fútbol encantado con ese apasionamiento, con los gritos orgiásticos para la promoción universal de su negocio, que siempre seguirá avanzando en la militancia de infinitos opiómanos en todos los lugares del universo.
Yo también me conmuevo con la despedida de Modric. O con la de ese señor tan correcto, inteligente, normal, digno, ajeno al histrionismo llamado Ancelotti. Y recuerdo con tristeza la despedida del mago Zidane cuando el arte que encarnaba nos dejó. Quiero recordar que lo explicó con un argumento luminoso: No quiero que la gente me vea arrastrándome por los campos de fútbol. Y es lúcido y poético lo que dice Modric en su adiós: “No llores porque se terminó, sonríe porque sucedió”.
Y veo el muy interesante documental en Netflix Pelé. Todos los ciudadanos de Brasil se identificaban hasta límites extremos con su Dios. Él afirma que nunca se metió en política. Y por supuesto, tuvo buen rollo con cualquier poder, incluida la dictadura. Fue un jugador genial. Era el símbolo para todos los brasileños de sentirse los mejores del mundo. Pero él fue a lo suyo. Cuentan que cuando ganó el último mundial en México empezó a gritar tres veces en el vestuario: “He sobrevivido”. Y ocurre a los dioses en peligro de destierro. ¿A cambio de qué?
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