¿Cómo se maneja el caos?
Soy el final del mundo, tal vez el final del fin del mundo. Digámoslo rápido: soy el final de la Realidad


— Este horno está pensado para el consumidor final —dice el operario que ha venido a cambiarme el viejo por el nuevo.
Entiendo que el “consumidor final” soy yo y que me llama de ese modo por no llamarme tonto (“Este horno está pensado para tontos”, es lo que le habría gustado decir). El aparato tiene numerosas funciones sencillísimas de ejecutar o programar, pero lo cierto es que no entiendo nada. Dejo que el técnico se explaye asintiendo cortésmente a cuanto dice en la confianza de que la lectura del manual de instrucciones me informe al menos de lo más básico (cómo asar un pescado).
Me quedo con la expresión “ final” porque creo que me concierne. Yo soy el final del frigorífico y del microondas y del ordenador, pero también de los mandos para la ducha que me instalaron el mes pasado y cuyo funcionamiento me costó entender. Yo soy el final de todo cuanto se inventa en el mundo, incluso el de la novela que acaba de llegarme por correo y que abro con miedo a no saber leerla. Soy el final de los programas de la tele, y el final del paquete de pan de molde y el final del bote de conservas de “apertura sencilla”. Me pregunto cómo serán los s anteriores, me pregunto si existen, quizá sí.
Soy el final del mundo, tal vez el final del fin del mundo. Soy, pues, el final de las acciones de Trump, de Netanyahu, etc. Digámoslo rápido: soy el final de la Realidad. Pero me pasa con la Realidad lo mismo que con el horno: que no sé a qué botón apretar para que funcione ni qué mando accionar para que los alquileres bajen de precio y para que la burbuja inmobiliaria les estalle en la cara a los fondos de inversión. Soy el final de un modelo político que no comprendo, el final de las desigualdades económicas, el final de las religiones en curso, el final del caos. Pero cómo se maneja el caos.
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