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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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El espíritu de resistencia desde Groenlandia hasta Georgia

irables movilizaciones ciudadanas en varios lugares, incluidos Turquía y Serbia, ponen el foco en la necesidad de activación de la sociedad civil en tiempos de desafíos extraordinarios

Protesta ante el consulado estadounidense en Nuuk, Groenlandia, el pasado día 15.
Andrea Rizzi

Nadie quería a los Vance en Groenlandia, y se lo dejaron lo suficientemente claro como para que el plan de asistir a la popular carrera nacional de trineos fuera sustituido por una discreta visita de la pareja vicepresidencial a una base estadounidense donde no podrá alcanzarles el rechazo o la indignación popular de los locales. Desde lejos, Putin bendecía los instintos anexionistas de Washington, pero en el territorio ártico la gente dice “no”.

En las últimas semanas, impresionantes multitudes han desfilado en las calles de Turquía, Georgia o Serbia para desafiar a regímenes con distintas gradaciones de autoritarismos, para defender perspectivas democráticas, europeístas, de buen gobierno. Le dicen que no a Erdogan, Ivanishvili (es decir, Putin) y Vucic.

Estas irables movilizaciones ciudadanas en la periferia de Europa —Groenlandia no pertenece geográficamente al continente, pero sí geopolíticamente; Georgia también es, al margen de discusiones geográficas, un país políticamente europeo; Turquía tiene un pie en Europa— envían un mensaje poderoso al corazón de la región: el activismo ciudadano es un elemento fundamental en tiempos de brutales atropellos políticos y geopolíticos. Es condición no suficiente pero necesaria para la resistencia.

En la vieja Europa ha habido algunos ejemplos reseñables. Hubo protestas contra la violencia indiscriminada de Israel —restringidas en algunas ocasiones de forma muy criticable—, las hubo contra la ultraderecha en Alemania y a favor del europeísmo en Italia.

En España acaba de producirse otra movilización ciudadana, congregada bajo el lema ‘No nos resignamos al rearme y a la guerra en Europa’. El manifiesto subyacente tiene observaciones muy certeras —la hipocresía del doble rasero europeo ante Putin y Netanyahu— y otras sin fundamento. “El rearme de Europa no traerá la paz, sino que nos acercará aún más a la guerra”. Se trata de una antigua falacia de cierto sector del pacifismo —porque el pacifismo va mucho más allá que ese sector—, que la historia deja en evidencia. Los países europeos tuvieron un gasto militar mucho mayor que el actual durante décadas de Guerra Fría y no dispararon una bala. Ese gasto contribuyó a disuadir acciones bélicas, no las precipitó. Poca duda cabe de que todos preferimos gastar en hospitales y escuelas, pero a veces hay que considerar otras urgencias.

La sociedad española, por lo general europeísta y solidaria, no acaba de interiorizarlas como las demás europeas. Según muestran datos del último Eurobarómetro, está muy descolgada con respecto a la media europea en cuanto a percepción de la importancia de que la UE se dote de mayores capacidades defensivas. Será sano seguir debatiendo a fondo sobre estas cuestiones. Considerar bien si el no a la guerra debe llevarse ante el Congreso español o lo más cerca posible de la Embajada rusa según las autorizaciones pertinentes.

Al margen del episodio español, es fundamental una plena concienciación ciudadana de lo que está en juego. Por distintas vías están amenazadas nuestra seguridad, democracia, derechos, prosperidad, el marco de relaciones internacionales regido por reglas en vez de fuerza. No será suficiente la acción de respuesta de los dirigentes políticos. Sobre su desempeño se concentran habitualmente, como es lógico, los focos, incluidos los de esta columna. Pero conviene de vez en cuando reorientarlos. Hacia la ciudadanía. Hacia nosotros mismos.

El ejemplo de movilización civil en Groenlandia, Turquía, Serbia o Georgia es inspirador, sean o no exitosos sus resultados. En muchos casos encierra una valentía irable ante matones opresores. Por supuesto, esos movimientos vienen espoleados por amenazas gravísimas a bienes fundamentales. En otras partes de Europa no se sufren riesgos del mismo calado y no pueden esperarse movilizaciones de idéntica intensidad. Pero conviene preguntarse a fondo cuáles riesgos encaramos. Conviene hacerlo de forma honrada y solidaria.

Podríamos acabar descubriendo que esos riesgos son muy serios y reclaman que cambiemos de opinión, que enterremos los dogmas. Los atlantistas, sepultando el atlantismo. Los pacifistas de cierto sector, evolucionando. Los ordoliberales, aceptando endeudamiento. Los soberanistas, abriéndose a la integración. Es un mundo nuevo. Habrá que hacer cosas que no deseamos, pero son necesarias, y son legales y dignas. En cualquier caso, esos riesgos reclaman una gran activación ciudadana, la única llave que permitirá la construcción de nuevas sociedades adecuadas al nuevo tiempo.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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