Hartos de la guerra, los ucranios desconfían tanto de Putin como de Trump
Encuestas y entrevistas muestran que la mayoría de la población del país es partidaria de continuar luchando porque consideran que Rusia no detendrá la invasión

En un búnker abandonado de la II Guerra Mundial, en la provincia de Kiev, la familia Vasilev jugaba un domingo de este mayo con fusiles que disparan pequeñas bolas de goma. Se perseguían con estas armas de juguete por los pasillos de esta enorme construcción. “Es una actividad para unir, para crear equipo”, explicaba el padre, Dmitro. Su hija, Sofía, de 17 años, es una enciclopedia de la historia de su país. Ilustró al periodista con numerosos detalles, por ejemplo, que ese búnker fue construido en 1935 y que los soviéticos reforzaban las puertas blindadas con madera de roble.
Dmitro tiene tres hijos y escasos ingresos como carpintero, su oficio: “La gente no tiene dinero para hacer obras”. El hecho de tener tres hijos le exime de ir al ejército. Muy pocos hombres están hoy dispuestos a alistarse, la movilización se está aplicando con severas medidas porque, como ha reiterado el Estado Mayor ucranio, el principal déficit ahora de sus Fuerzas Armadas no es de armamento, sino de tropas.
Hombres en edad de servicio militar viven recluidos en sus domicilios, para evitar las patrullas de reclutamiento, o pagan sobornos para librarse de ir a la guerra que no bajan de los 5.000 euros. Esta situación es generalizada, como confirman multitud de testimonios recogidos en el último año. Uno de los últimos ejemplos obtenidos por EL PAÍS es el del peluquero Víktor, en Kiev: este año cumplió 25 años, edad obligatoria para ser reclutado, y dejó la barbería donde trabajaba. Para desplazarse al lugar tenía que tomar varios transportes públicos, donde abundan las patrullas de movilización. Optó por buscar otro empleo cerca de su domicilio. Justificó su reticencia a ser alistado porque el año anterior había sido padre.
El hartazgo de la guerra, la falta de expectativas de una victoria en el campo de batalla y el no saber cuántos años tendrán que estar en el ejército es lo que lleva a tantos hombres a escurrir el bulto, muchos incluso saliendo ilegalmente del país —los hombres mayores de edad y hasta los 60 años no pueden abandonar Ucrania durante la ley marcial—. “Yo ya no tengo amigos en Kiev, la mitad se han ido a Europa y la otra mitad están en el ejército, solo me queda la familia”, explica Dmitro. “De Ucrania se va la clase media con formación, aquí se quedan los que no tienen dinero para salir y los patriotas”.
“Solo me queda una amiga en Ucrania, el resto se han ido a Europa”, añade Sofía. Su mejor amiga vive en Sevilla, donde estudia Historia del Arte. Esta chica está convencida de que pocas de sus conocidas regresarán a su país. Más de seis millones de ucranios, sobre todo mujeres y niños, han abandonado Ucrania durante la invasión, según Naciones Unidas.
“Es muy difícil ganar la guerra, pero más difícil es que la gente regrese a Ucrania”, comentaba el 15 de mayo a este diario Lialia, una migrante ucrania en Francia. Lialia lloraba porque su hija, residente en Leipzig (Alemania) ya ha decidido que no volverá y ella, la madre, cree que tampoco: “Somos de Járkov, a solo 40 kilómetros de Rusia, nunca nos dejarán tranquilos allí, no se puede vivir así”.
A Dmitro le gustaría que llegaran a buen puerto las negociaciones entre su Gobierno y el ruso para sellar un alto el fuego temporal. Eso daría un respiro al “gran cansancio” que arrastran. Una encuesta de este mayo del centro demoscópico Rating indica que un 74% de la ciudadanía ucrania es partidaria de una tregua temporal. Pero Dmitro añade que es inevitable que la guerra prosiga porque, en su opinión (y la de todos los entrevistados para este reportaje), el presidente ruso, Vladímir Putin, no cesará hasta destruir a Ucrania. “Esto solo terminará con el fin de Ucrania o el fin de Rusia. Y estamos seguros de nuestra victoria, no hay otra opción”.
“Un loco en Estados Unidos”
El 82% de los ucranios, según una encuesta de marzo del Instituto Internacional de Sociología de Kiev, es favorable a proseguir la guerra, incluso si acaba la ayuda militar de Washington. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es reacio a mantener el nivel de asistencia armamentística para el país invadido que dio su predecesor, el demócrata Joe Biden. Según datos del Gobierno ucranio hechos públicos en enero, les queda armamento estadounidense hasta finales de junio. “Hasta ahora teníamos a un vecino loco y ahora tenemos a EE UU en manos de otro loco”, concluye Dmitro.
Mikola Siruk tiene 70 años, está jubilado y fue durante 20 años ingeniero en la histórica fábrica de ópticas militares en el Arsenal de Kiev. Luego fue traductor en medios de comunicación. Convive en el mismo apartamento con su hija y su nieta. Parte de su familia se ha trasladado a España, y duda de que regresen algún día. ite que él fue un comunista convencido durante la URSS: “En ciertos momentos, como en los ochenta, en la Unión Soviética había más libertad que en la Rusia de Putin”.
Siruk cree que, pese a lo que dicen las encuestas, la mayoría de la población está tan agotada que aceptaría ahora terminar la guerra cediendo a Moscú el control de los territorios ocupados, aunque nunca reconociendo que la soberanía sea rusa. Duda de que pueda haber un alto el fuego porque Putin no lo quiere y “porque Trump no es Ronald Reagan”: “Con Putin tienes que ser duro, como Reagan lo fue con la URSS. Pero Trump piensa como Putin, ambos se ríen del Estado de derecho, de las leyes internacionales, ambos quieren quedarse con países que no son suyos”.
Ludmila Molochdna vive en Sumi, ciudad cercana a la frontera con Rusia, bombardeada periódicamente. Es madre y abuela de familia numerosa. Para calmar su ansiedad trabaja cada día durante horas en el huerto de su casa. Recuerda a su marido, un antiguo coronel del Ejército Rojo, cuando lloró en 2024, por primera vez en años, al saber que uno de sus nietos era incorporado a filas. “Una generación más de la familia tendrá que combatir, como una maldición”. Otro allegado de ella, que prefiere no revelar su nombre, quiere evitar el alistamiento: o bien comprando documentos de estudios que le eximen de ir a la guerra o bien pagando un soborno en la oficina de reclutamiento.
Pese a esta paradoja, Molochdna dice que no hay alternativa a seguir combatiendo: “No podemos hacer otra cosa porque Putin continuará atacando”. El líder ruso tiene ahora más razones para no cejar en su invasión, dice esta mujer, porque Ucrania ha perdido a EE UU: “Trump tiene miedo a Putin. Trump no es nuestro aliado”.
El pasado viernes, en un centro sanitario cerca de la frontera con Bielorrusia, Valentina Ruchka aguardaba el retorno de la primera tanda de prisioneros de guerra liberados tras el acuerdo ruso-ucranio del 16 de mayo en Estambul. Con ella llevaba fotografías de su hijo para que los liberados pudieran identificarlo. Maksim, su hijo, de 42 años, desapareció en el frente en diciembre de 2024. Desde entonces no sabe nada de él. A su alrededor se agolpaban decenas de otras madres, esposas y hermanas con fotografías de soldados que desconocen si están vivos o muertos.
“Por supuesto que queremos la paz, ahora, no queremos más muertos”, afirmó Ruchka, “pero no queremos perder los territorios en manos rusas; esa sería nuestra victoria, recuperarlos. ¿Por qué habría muerto tanta gente si no?”.
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