El caso Lucas Curotto: cuánto hay de mito y de clasismo en el titular “famoso trabaja como camarero”
El caso de Lucas Curotto, finalista de ‘Operación Triunfo’ que ha explicado en sus redes que compagina su carrera musical con la de camarero, pone de manifiesto la dificultad de vivir de profesiones artísticas y la reacción del público al saber que un ídolo es tan humano como ellos


Hace pocos días, un programa de Telecinco desveló que Lucas Curotto, que llegó a la Gala Final de la última edición de Operación Triunfo (fue quinto clasificado en OT 2023) estaba trabajando como camarero en una cafetería de Madrid. Esa información enseguida generó, a su vez, titulares como “Famoso cantante trabajando de camarero para ganarse la vida” o “El concursante de OT que ahora es camarero en Madrid”. Después de todo ese revuelo, el propio Curotto, de 24 años, subió un video a sus redes sociales en el que confirmaba que, efectivamente, estaba trabajando como camarero: “Esto es normal, esto pasa, y no es nada malo. La música es lo más lindo que hay, pero también es un camino muy complicado”, explicaba el cantante, que también aclaraba que, aunque sigue desarrollando su carrera como artista, algunas temporadas necesita complementar sus ingresos con ese trabajo extra “para pagar el alquiler”.
Lo más sorprendente de este episodio es el asombro que ha causado. Hasta hace poco, los llamados “trabajos alimenticios”, que permiten seguir adelante a creadores en busca de su consagración en el mercado del arte o del entretenimiento, resultaban normales para todas las disciplinas. Los ejemplos curiosos son infinitos: escritores como el ruso Maxim Gorki o la estadounidense Lucia Berlin se vieron obligados a probar decenas de oficios y estrellas del cine como Harrison Ford o Margot Robbie trabajaron al inicio de sus carreras como carpinteros o haciendo sándwiches.
Qué poco se estila mostrarse así de real. Y si además la realidad es humildad y valores tan importantes, es todavía más caro de ver. Bravo @lucas_curotto 🩵 pic.twitter.com/sFwUIp6iQL
— Xavi Martínez (@xavimartinez) May 25, 2025
Así que, si el caso de Curotto es singular, quizá sea porque, últimamente, en el mundo de la música comercial, frontear parece una obligación. Como explicamos en ICON, frontear es “la actitud de mostrarse superior ante los demás y alardear de poder y estatus” y esto es algo que “en la música urbana, especialmente en géneros como el reguetón y el trap, no se termina de entender en su plenitud sin el pertinente despliegue de joyas y rios lujosos”. Aunque el fronteo comenzó como una celebración del éxito de artistas que provenían de entornos humildes (en 2019, Bad Gyal explicó que las largas uñas de las trap queens simbolizan que ya no tendrían que trabajar con las manos), poco a poco se ha convertido en una especie de requisito previo: hoy quien aspira a tener éxito debe proyectarlo antes de haberlo alcanzado. Además, después de meses en OT, Curotto ya era para muchos una especie de estrella. Y si hay algo que rompe la ilusión de un fan respecto a la estrella con la que fantasea es que padezca los mismos problemas cotidianos que cualquiera, es decir, que sea demasiado humana. O que tenga que servir cafés.
El clasismo, otra vez
Algunos comentarios alrededor de Curotto han revelado el clasismo que siguen padeciendo muchos camareros. Héctor Juezas es un actor de 31 años con papeles en series como La Ruta o Cómo mandarlo todo a la mierda. Cuando ha trabajado de camarero, él también ha sentido esos prejuicios, proyectados incluso desde otros trabajadores del sector cultural: “Llevo un año en que he tenido suerte y no he tenido que trabajar de camarero, pero estuve dos años en una cafetería-pub donde venía todo el famoseo de Madrid: actores, escritores… y la situación era difícil de llevar precisamente porque no toda la gente de ese mundillo me trataba bien”, recuerda.
“Cuando voy a mi pueblo creen que estoy triunfando, pero no saben si he tenido que madrugar para trabajar en un bar”, continúa Juezas. “Solo se ve lo que sale en la tele o en redes y nadie sabe lo que uno sacrifica. Para pagar un alquiler sin ayuda familiar no sirve ganar dinero como actor si no tienes continuidad. Hay que recurrir a otros trabajos, y el de camarero deja mucho margen. Cuando alguien es artista, lo que prioriza es la flexibilidad de horarios. Trabajar por la noche me daba la tranquilidad de disponer del día en caso de salirme un casting o un rodaje, o también de formarme. En otros trabajos siempre he acabado mal porque me ha salido un rodaje, he tenido que pedir el día y ha habido problemas. Recurres al trabajo de camarero porque su flexibilidad te permite ser artista”.
La actriz y dramaturga Ángela Palacios señala otro elemento clave: la fama. “De las profesiones artísticas las más crueles son aquellas en las que pones el cuerpo. En la barra de un bar te puedes encontrar poniendo copas a una ilustradora o una directora de cine que no ha conseguido vivir de su pasión, pero no va a tener que comerse ningún comentario o recibir ningún juicio”. En 2019 algunos medios publicaron la noticia de que el actor Liberto Rabal estaba trabajando en una tienda madrileña, con términos como “ocaso” o “declive” en los titulares.
“Además”, continúa Palacios, “me atrevo a decir que si eres cantante o actriz o artista escénica no existe el término medio: o estás siempre en la cresta de la ola o eres una fracasada. ¿Cuántas veces habré escuchado ‘esta actriz no volvió a hacer nada’? Y sin embargo no ha parado de trabajar, pero tú simplemente no la has visto. Para el público, en estas profesiones quien triunfa es quien se hace famoso, no tanto quien trabaja".
Rubén Rodrigo, pintor de 45 años que hoy expone en la Galería Fernando Pradilla, trabajó durante trece años en hostelería. “Nunca me avergonzó decir que trabajaba como camarero cuando estaba entrando en el entorno artístico. Yo tuve muy claro mi plan, y ese plan consistía en, poco a poco, quitarme jornadas de trabajo cuando iba ganando algo de dinero con la pintura. El de camarero es un trabajo, entre comillas, ligero, porque no tienes unas responsabilidades. Terminas de trabajar cuando sales del bar, el estrés viene y se va. Siempre me pareció un punto a favor. Trabajé en muchos bares y barrios diferentes y, aunque trataba de pasármelo bien, me lo tomaba en serio. Sin embargo, me he topado a camareros con otras actitudes. Ellos llegaban al bar diciendo que eran arquitectos, músicos u otras cosas. Pero allí eres camarero. Y si entras a trabajar temprano con esa mala hostia, el boicot te lo haces tú solo”.
Eso sí, aunque su experiencia fue positiva, Rodrigo también reconoce que “es agotador trabajar como camarero cuatro días y el resto de la semana ir al estudio a pintar”. “Te tienes que mover hacia adelante con tenacidad, y no todas las edades valen para eso. Cuando las cosas empiezan a ser frustrantes, es muy complicado”. ¿Y cuándo lo dejó? ¿Cuándo considera alguien que ya puede vivir de lo suyo? Rodrigo responde hablando de un fenómeno exclusivo del mundo del arte, en el que es importante que los coleccionistas confíen en la futura trayectoria del artista. “Cuando ya empecé a vender más y a trabajar con la Galería Fernando Pradilla. En este mundo, quien compra está invirtiendo en ti: hay un voto de confianza porque el coleccionista está ayudándote a continuar con tu carrera. Es complicado si ese coleccionista va un día a un bar a tomar un café y te encuentra allí. Es un globo de ilusión que se pincha”.
María Caparrós, fotógrafa de 37 años que colabora con revistas como Vogue o ICON, cree que esas desilusiones son más propias de las grandes ciudades, donde ya apenas quedan locales de prestigio o estos cambian más deprisa. “Si ves a un cantante trabajando en el Club Malasaña de Madrid, te parece raro que no tenga pasta, pero me parece que en ciudades pequeñas hay menos complejos con esto”, expone la murciana. “La temporada durante la que yo trabajé en el Bar Ocio de Murcia estaba muy orgullosa de ello. Cuando estuve allí, todos éramos gente que empezaba en el mundo del arte, teníamos veintipocos años y estábamos encaminando nuestras carreras. Era algo divertido: como siempre iba allí a tomarme una cerveza, pasé a hacerlo detrás de la barra”.
Rentistas, nepobabies y barreras de clase
En las redes sociales, la dependencia de las rentas familiares entre muchos artistas o aspirantes a artistas ha generado muchas bromas y un meme muy popular (“nadie sabe que finjo que mis padres no son ricos”, piensan todos los asistentes a una fiesta), pero detrás hay un problema de a los circuitos culturales. Caparrós tiene claro que hay mucha más gente de la que parece recurriendo a la ayuda de sus familias: “Cuando estás en un ámbito muy competitivo, terminas pensando que todo el que no tiene otro trabajo está viviendo de su arte. Sin embargo, mucha gente, en realidad, está viviendo de sus padres. Recuerdo a una fotógrafa muy popular, con muchísimos seguidores, que recibía continuamente llamadas de su padre diciéndole que le iba a dejar de pagar el piso, y ella jamás se planteó trabajar de cara al público”, comenta. Por su parte, Rodrigo no es catastrofista: “Toda la vida ha habido muchas personas de entornos privilegiados en el mundo de la escritura y en el del arte, básicamente porque el nivel económico marca la educación y el a la cultura”. No obstante, él sigue creyendo que, con matices, el ascensor social funciona: “Se puede ser muy humilde y llegar muy alto. Hay casos muy claros, como el de Secundino Hernández, cuyo padre tenía un taller mecánico. Eso sí, disponer de os marca mucho; a veces el a la gente que toma decisiones o que te puede llevar a según qué sitios influye más que la pasta”.
La cultura es mala para ti (Liburuak, 2023) es un ensayo sobre la desigualdad dentro de la industria cultural británica. En él se demuestra que más de la mitad de trabajadores de ese sector han trabajado durante meses sin recibir ninguna remuneración. Que existan tantas becas o colaboraciones no remuneradas es causa y a la vez consecuencia de la presencia de tantos artistas privilegiados que no necesitan ingresos estables. “Hay gente con muchísima pasta a la que le da igual que las galerías no les paguen, y eso hace que parezca que en el mundo del arte, nadie necesita el dinero”, lamenta Rodrigo. “Yo en cuanto se venden cosas, hago mis facturas, las envío e insisto en los pagos. Hay que ser profesional, esto es un trabajo y hay que cobrarlo, porque si no, la rueda no gira: con el dinero de unas ventas estoy preparando la siguiente exposición”, añade el pintor.
Juezas está contento de que por fin se hable de estas cuestiones: “Menos mal que ha aparecido el término nepobabies, porque en mi ámbito últimamente me encuentro con mucha gente que tiene las espaldas bien cubiertas y eso me lleva a sentirme fuera de lugar y a plantearme la retirada. Aunque lo oculten, se ha generado una élite que viene de familias con poder y buen nivel económico. Y ser actor cuesta dinero: se te piden unas fotos, unos vídeos, estar atento a redes, cuidados personales porque tu cara es tu instrumento y tienes que dormir y presentarte al casting descansado… Yo he ido a castings a las 11 de la mañana saliendo a las 6 de la mañana de trabajar, con el ruido de la música del pub todavía en la cabeza”, recuerda el actor.
Con todo, Juezas está convencido de que “el que resiste, gana”. “Yo mismo he estado muchos años mal, sin trabajo, pero poco a poco, con perseverancia, gano experiencia y tengo algo que contar, de manera que noto mi perfil empieza a gustar en ciertos proyectos”, concluye el actor. Así que ni las interpretaciones de Juezas, ni las fotografías de Caparrós, ni los cuadros de Rodrigo se han resentido porque los hayan elaborado a la vez que trabajaban como camareros. Tampoco la voz o el carisma de Curotto, así que es el público el que debe acostumbrarse a que los ídolos también pueden ser camareros. Al fin y al cabo, no hay tanta diferencia entre un escenario y una barra: en los dos casos, te debes a quien tienes enfrente.
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