Por qué se pagan cientos de miles de euros por las sillas baratas del herrero Jean Prouvé
El diseñador francés fue un pionero en la producción industrial de muebles asequibles y viviendas desmontables. Sin embargo, el interés de los coleccionistas ha conseguido que un siglo después sus piezas rompan los récords de las casas de subastas: es la ‘prouvemanía’

Durante los más de sesenta años que duró su carrera, el prestigio de Jean Prouvé tuvo altibajos. Pero desde su muerte su creciente número de iradores no ha cesado de apuntalarlo. Hoy sus muebles y edificios no solo son una referencia en las escuelas de diseño y arquitectura, sino que se encuentran entre las preferidas del público de museos, galerías y casas de subastas. El pasado diciembre, por ejemplo, Sotheby’s Nueva York vendió por 66.000 dólares uno de sus sencillos parasoles de aluminio y por más de 100.000 una butaca que ni siquiera se encuentra entre sus piezas más codiciadas.
Una buena manera de abordar su obra y entender lo rompedores que resultaron sus diseños es pasearse por las salas del Musée de l’École de Nancy, la ciudad sa donde despertó su vocación y de la que se marchó con quince años para entrar de aprendiz en una herrería. Dedicado al art nouveau y al grupo de artistas que a comienzos del siglo XX impulsaron allí este movimiento, el museo permite hacerse una idea bastante exacta del ambiente en el que creció el diseñador, pues su padre, el pintor Victor Prouvé, fue uno de los directores de l’École de Nancy y creó varias de las obras expuestas.

Suyo es, por ejemplo, el retrato matrimonial del mecenas que impulsó el museo, Eugene Corbin, de quien por el aparatoso vestido que lleva su esposa y los emperifollados muebles que les rodean cuesta creer que alguna vez fuera vecino del autor de muebles de aire tan modesto como la silla Standard. Las lámparas en forma de umbelas, plantas acuáticas y hongos que posee también el museo del maestro vidriero Emile Gallé, padrino de Jean Prouvé, parecen más las bisabuelas que las madres de las que diseñó su ahijado, creador, entre otras, de la luminaria Potence, una bombilla al final de un largo brazo de acero de una sencillez directamente proporcional al precio que se pide ahora por los originales en las casas de subastas. Y si bien en el piano de Louis Majorelle que hay en otra de las salas es fácil imaginarse sentada a su madre (la pianista Marie Prouvé), no ocurre lo mismo con él, quien sin duda habría encontrado algo recargada su marquetería de flores y superfluo el arpa que forman por abajo las patas.

Cierto es que durante sus primeros años en la fragua también él creó lirios y jacintos como las que pintaba su padre en las orejas de las musas. En 1916, entró de aprendiz en la herrería que tenía a las afueras de París el maestro Emile Robert, a quien se recuerda por exquisiteces como las balaustradas y barandillas de flores que forjó para la Ópera de Vichy, una de las joyas del periodo art nouveau en Francia. Más tarde, también trabajó para Szabo, otro de los herreros artísticos más importantes en esos años, pero cuando en 1923 Prouvé regresó a Nancy y abrió su propio taller optó por una manera de trabajar muy distinta.

Además de forjar puertas, ventajas y rejas bastante menos peripuestas que las de sus maestros, Jean Prouvé empezó a crear muebles y a pensar cómo abaratarlos y hacerlos más prácticos para la vida moderna. Con este propósito en mente comenzó a experimentar con técnicas y materiales propios de la industria de la construcción como la soldadura eléctrica o las chapas de acero, de una delgadez que le permitió obtener esa combinación de ligereza y resistencia propia de sus diseños (y que, por ejemplo, aparecía ya en sus primeras sillas, un modelo plegable que creó con chapas de acero y tubos soldados para un industrial y que luego rediseñó como regalo de bodas para su hermana).
Pronto sus piezas sobrias y funcionales le pusieron en la órbita de pioneros del movimiento moderno como Robert Mallet-Setevens, para quien creó la reja de la puerta de la Villa Reifenberg en París, y Le Corbusier, quien le hacía consultas técnicas y le encargó diseños como el de las escaleras de los pisos de la Unité d’habitation en Marsella. En 1929 estos dos arquitectos le invitaron a unirse a la Union des Artistes Modernes, un grupo de artistas y diseñadores que como él se propuso romper con la época anterior, liberar sus trabajos de cualquier artificio y hacerlos accesibles a todo el mundo. En el caso de Jean Prouvé este último propósito explica la predilección que tuvo por el sector público como target de sus diseños: hospitales, colegios y residencias universitarias como la de Monbois en Nancy, en la que en 1930 se encargó de amueblar las habitaciones de los estudiantes.

En 1931, la apertura de un fábrica con más espacio y trabajadores y la maquinaria más puntera de ese momento le permitió trabajar a una escala mucho mayor. De esta etapa procede por ejemplo uno de sus diseños más famosos, la silla Standard, en la que para soportar mejor el peso del las patas delanteras de acero tubular encajan en las traseras, hechas de una fina chapa de acero doblada con una forma parecida a un ala de avión que traslada la tensión principal al suelo.
“En una época en la que la mayoría de diseñadores seguía trabajando de una manera que perpetuaba la tradición de los maestros artesanos, los talleres de Prouvé fueron los únicos capaces de satisfacer la demanda de muebles a escala industrial”, explica Cécile Tajan, jefa del departamento de ventas de diseño del siglo XX de la división parisina de Sotheby’s, donde en los últimos años la subasta de varias piezas de Prouvé han batido varios récords en el mercado. “Sus aparadores son otro buen ejemplo de la revolución que supuso su obra en la historia del mobiliario. Se enviaban desarmados con instrucciones de montaje, lo que en la Francia de esos años supuso una manera de entender el diseño completamente nueva”.
Convencido de que “entre construir muebles y edificios no hay diferencias”, Prouvé pensó que su filosofía también podía servir para solucionar los problemas de vivienda de su época, abaratándolas mediante la producción industrial como había hecho Henry Ford con los coches. Para ello en los años cuarenta Jean Prouvé empezó a crear edificios prefabricados, construidos al igual que sus muebles con componentes ligeros de metal y madera que permitían ensamblarlas rápidamente in situ y, si era necesario, desmontarlas y trasladarlas a cualquier otra parte. Algunos ejemplos son las casas desmontables que creó para las personas que se habían quedado sin hogar en la Segunda Guerra Mundial (se construyeron cerca de 400 que ahora forman parte de la colección de varios museos y galerías) o la célebre Maison Tropicale que creó por encargó del gobierno francés para los funcionarios de las colonias de Níger y el Congo. De esta última solo tres llegaron a construirse y enviarse a África: en 2007, el hotelero André Balazs compró una por 4,9 millones de dólares en una subasta de Christie’s.




Sí, resulta paradójico que diseños que fueron producidos con el propósito de ser accesibles para cualquiera ahora se vendan tan caros. O que cada vez se los valore más por cuestiones puramente estéticas como sus formas elegantes o los colores que les daba su autor (seguro que a su padre esto le haría gracia). No obstante, es muy probable que si sus piezas no hubieran entrado en el circuito de las galerías de arte, los museos y las marcas de moda ahora no estuvieran tan bien valoradas.
No es que, después de que en 1952 perdiera el control de su fábrica, Prouvé dejara de hacer cosas importantes. Aunque él mismo dijo que en ese momento murió como constructor (así le gustaba definirse como profesional), hasta su verdadera muerte a los 82 años siguió demostrando su talento en proyectos tan interesantes como el de su casa de Nancy, que construyó con restos de su fábrica y ahora es otra de las atracciones de la ciudad. También continuaron sus colaboraciones con colegas de su generación como Charlotte Perriand (en 1954 diseñaron los muebles de una residencia de estudiantes en Antony tras muchas otras colaboraciones juntos) u Oscar Niemeyer (junto a quien creó la imponente sede del partido comunista francés en París), a la vez que inspiró las carreras de otros jóvenes como Renzo Piano, uno de sus iradores. Sin embargo, Prouvé no llego a disfrutar de una verdadera popularidad mientras estuvo vivo, y de todos modos en la década de los sesenta sus diseños empezaron a pasar de moda.

Uno de los primeros en reivindicarle fue el galerista Patrick Seguin, quien en 1989 (Prouvé había muerto cinco año antes) abrió su galería de París con sus piezas como punta de lanza. “A finales de los ochenta el mercado de diseño renació y los muebles de la época moderna se empezaron a apreciar de nuevo, pero incluso entonces no se entendía ni valoraba tanto a Jean Prouvé como ahora”, afirma Seguin. “De hecho, cuando en 2003 Ileana Sonnabend me invitó a organizar una exposición sobre él en su galería de arte de Nueva York me pareció un movimiento bastante osado, porque en ese momento la obra Prouvé aún no había llegado al gran público y solo unas cuantas personas con criterio lo iraban”, asegura el galerista, quien hoy posee la colección más significativa de casas desmontables de Prouvé y sigue promoviendo el conocimiento de su obra con exposiciones como la que, este año, mostrará por primera vez al público su edificio para la escuela de vidrieros de Croismare, construida en 1948 con una estructura de pórticos de metal ligero que figura entre sus mejores trabajos. “Un aspecto importante a tener en cuenta es que Jean Prouvé se preocupó por la ecología y el medio ambiente antes que la mayoría de sus colegas. Detestaba desperdiciar y decía que quería una arquitectura que no dejara ninguna huella en el paisaje. En muchos temas fue un adelantado, así que se le entiende mejor ahora que en su propia época”.
Otros responsables de la prouvemanía son el Vitra Design Museum, creado en los ochenta con una silla Anthony (1955) como una de sus piezas fundacionales y dotado en la actualidad con más de 150 de sus trabajos, y figuras del arte contemporáneo como Larry Gagosian, otro de los galeristas de arte en Estados Unidos que llamaron a Seguin para mostrar sus trabajo. “Exposiciones como la que organicé para la galería de Gagosian de Los Angeles en 2004 no solo ayudaron a darlo a conocer en el mundo del arte, sino que tuvieron una importancia crucial para demostrar lo bien que se integran sus piezas en las colecciones de arte moderno y contemporáneo”, explica Seguin. “Los diseños de Prouvé son de una pureza que trasciende las modas, en los que la estética que los caracteriza emerge del sentido de la funcionalidad con el que fueron creados en vez de lo contrario”.
Un ejemplo es la casa de la diseñadora japonesa Tamotsu Yagi, cuya colección vendió Sotheby’s el año pasado y en la que se mezclaban muebles de Prouvé y Charlotte Perriand con obras de Twombly y Richard Long. “Aparte de su importancia histórica, los muebles de Prouvé se integran de una manera muy armoniosa en los interiores de nuestra época, lo que sin duda es otra razón de que se vendan tan bien”, coincide Tajan con Seguin.

Del mundo de la moda también han salido notables coleccionistas de muebles de Prouvé como, por ejemplo, el director creativo de Kenzo, Nigo, quien en 1999 usó varios muebles suyos en una campaña de la firma A Bathing Ape; o Marc Jacobs, en cuya selecta librería de Nueva York (BookMarc) se venden catálogos de sus diseños. Con su aval y el de otros coleccionistas los precios no han parado de subir, hasta alcanzar unas cifras que según Tajan pocos otros logran hoy en día.
En 2021, por ejemplo, Sotheby’s se anotó dos récords mundiales en los diseños de Jean Prouvé: una mesa 506 diseñada para su edificio para Air en Brazzaville se convirtió en la pieza de mobiliario de Prouvé con el precio más alto del mundo al ser vendida por 1.714.000 dólares, mientras que ese mismo año una de sus mesas Central estableció el récord mundial para este modelo en 1.472.000. “Algunos de sus muebles tienen la consideración de verdaderas piezas de museo”, asegura Tajan. Y pone como ejemplo el escritorio Présidence, creado en 1948 con un gran tablero en forma de bumerán que permitía trabajar con muchos documentos a mano y reunirse con varias personas. “Fue el preferido de muchos arquitectos y diseñadores de los años cincuenta. El propio Jean Prouvé trabajaba en un escritorio Présidence. Se cree que se fabricó solo una treintena, así que es un modelo bastante raro [en 2022 Sotheby’s vendió uno por 441.000 dólares]”.
No obstante, para los presupuestos más ajustados también hay mercado. Como ha contado en alguna ocasión una de las hijas de Prouvé, Catherine, poco antes de morir su padre dio su permiso para que una de sus sillas fuera reeditada, de manera que más adelante ella y sus hermanas entendieron que contaban con su visto bueno para autorizar la colección con la que desde 2002 la editora suiza Vitra ha ido recuperando varios de sus muebles. La colección empezó ese año con las reediciones de las sillas Standard, Antony y Cité, la lampara Potence, y las mesas Trapèze, EM, Guéridon y Granito, a las que han seguido las de otros diseños de Jean Prouvé tan emblemáticos como el sillón Kangourou o, en 2019, la versión de la silla Antony con el respaldo de plexiglás y de color naranja neón que lanzó junto a la firma otro de sus fervientes iradores, el desaparecido Virgil Abloh, por entonces director creativo de Louis Vuitton.
A diferencia de los muebles art nouveau, los de Prouvé siguen reflejando el espíritu de los tiempos.
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