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Por la zona más desconocida de las Highlands: un viaje por el Flow Country de Escocia

El norte de las Tierras Altas esconde un paisaje de turberas único reconocido por la Unesco y un territorio donde reina el silencio. El complemento perfecto es su impresionante costa bordeada por la carretera North Coast 500, una ruta en coche que va ganando en popularidad

Old Man of Stoer frente a la costa en Lochinver (Escocia).

En Escocia las multitudes se concentran en las almenas del castillo de Edimburgo, en las orillas del lago Ness y en los picos de Glencoe. Pero hay un goteo de viajeros hacia el norte que se atreven a ir más allá de las rutas trilladas. Algunos incluso visitan el Flow Country, una extensión acuática en las Highlands del norte, que fue reconocido en 2024 como patrimonio mundial por la Unesco. Tal vez sea el momento de visitar este enclave enigmático, explorar su interior de páramos y ciéngagas y asomarse a su costa, de una belleza diferente, con un punto de dramatismo y donde reina el silencio.

El Flow Country es el punto más al noroeste de Escocia y uno de los pocos sitios del planeta que parece intacto. Está desconectado de la red de carreteras y desde allí al Ártico ya no hay tierra firme. Es un lugar que, a través de la carretera North Coast 500, invita a una aventura que llega al faro del cabo Wrath y a alguno de los acantilados en el punto más septentrional de Gran Bretaña.

El Flow Country: desolación, belleza y ciénagas

Al norte del norte de Escocia, el Flow Country es uno de los ecosistemas más originales de Europa: posee un aire de desolación que llega a ser bello por lo extraño e insólito. Es también uno de los parajes menos poblados del continente, un lugar tan alejado de la frontera inglesa como los fiordos noruegos.

Una torre de observación en la reserva natural de Forsinard Flows.

Fueron precisamente los vikingos quienes le dieron nombre: flow proviene del nórdico antiguo y significa “húmedo”, y es que los 3.885 kilómetros cuadrados de ciénagas reflejan la interacción del agua y la tierra, con turberas cavadas en un laberinto de canales que brillan como espejos durante las tardes de verano y que se cubren de hielo en las noches de invierno. Si se busca un lugar para disfrutar del silencio, este es un buen destino.

Este terreno pantanoso suele ser traicionero e impracticable a pie, pero una pasarela de madera se adentra por la reserva natural de Forsinard Flows hasta el mirador de Flow, una torre con un diseño curioso desde la cual se pueden ver mirlos acuáticos y correlimos, archibebes claros y chorlitos dorados revoloteando en el horizonte.

La Unesco ha reconocido este ecosistema de turberas que se ha ido acumulando durante los últimos 9.000 años como patrimonio mundial por su rico ecosistema, pero también porque está en primera línea frente a la crisis climática. La razón es que la turba actúa de sumidero gigante del carbono que, de otro modo, penetraría en la atmósfera terrestre.

Más información en la guía de Escocia de Lonely Planet y en la web lonelyplanet.es.

La costa del Flow Country: pueblos, caminos y surf

Quien prefiera el mar, la costa del Flow Country puede ser una atractiva propuesta. A lo largo del recorrido no faltan pequeñas ciudades como Dornoch, presidida por una catedral y acunada por una playa de arena dorada, y pueblos pesqueros, como Helmsdale, rodeado por un grupo de colinas cubiertas de tojo. Un poco más allá, comienza la zona de faros: desde el de Punta de Dunnet —el más septentrional de Gran Bretaña— hasta el del cabo Wrath, al oeste, con los acantilados más grandes de Gran Bretaña, los de Clo Mor.

Todo esto sin olvidar Thurso, la capital escocesa del surf. Su mejor momento, curiosamente, es en pleno invierno. Aquí es posible contratar clases de surf y enfundarse en un traje de neopreno para después calentarse con un whisky.

Vista de la playa de Thurso, la capital escocesa del surf.

La soledad y la desplobación más allá de las Highlands

Para los viajeros que se atreven a descubrir esta región de Escocia su encanto reside, precisamente, en la completa soledad. Para entenderla, primero hay que saber que la desploblación de estas tierras se remonta a finales del siglo XVIII, a las llamadas Highland Clearances (el desplazamiento forzado de población de las Tierras Altas escocesas). Los grandes terratenientes decidieron entonces que las ovejas daban más beneficios que la agricultura y expulsaron a miles de granjeros que vivían en sus tierras, y la región quedó desplobada.

Los acantilados y el faro en la Punta de Dunnet.

Hoy la zona la redescubren los turistas, que pueden encontrar naturaleza en estado puro en los lugares donde vivían los agricultores y de cuyas granjas solo quedan ruinas. Hay también cámaras funerarias neolíticas y casas de campo abandonadas, lugares donde los fantasmas del pasado pueden palparse.

La tranquilidad es la seña de identidad de estas tierras, pero hay otros encantos. La gastronomía de la región es cada vez más interesante y el marisco de los lagos marinos de la costa noroeste es mítico. Lo más probable es que, en algún momento, el clima del Atlántico obligue a refugiarse en una cafetería, un salón de té o un pub donde probar una comida caliente.

El pueblo de Durness y sus alrededores

Con apenas 350 habitantes, Durness no es un lugar muy importante. Aun así, podemos asomarnos a la playa de Balnakeil o darnos una vuelta por el Balnakeil Craft Village, donde unos antiguos barracones militares se han convertido en hogar de pintores, ceramistas, vidrieros y otros artesanos.

Aunque el pueblo no posee muchos atractivos, su distrito abarca un rincón llano y fértil con paisajes particulares. Allí, se puede pasear por playas de arena fina, entrar en profundas cuevas calizas, sumergirse en lagos cristalinos de agua salada, jugar al golf junto al mar o explorar la naturaleza agreste. Es un buen punto desde el que explorar el extremo noroeste de Escocia.

Todos los alrededores de Durness están repletos de playas escondidas, castillos en ruinas y cascadas, que pueden recorrerse en coche. Por ejemplo, hacia el oeste, en dirección a Lochinver, hay un lugar de belleza única: un mosaico de hierba, roca, arena, brezo y agua. La bahía de Sandwood, una de las playas más remotas de Gran Bretaña, es un lugar espectacular con arena dorada respaldada por dunas cubiertas de hierba. Vale la pena tomarse un tiempo para pasear por la arena y disfrutar de la soledad. Otra propuesta es visitar la cueva marina de Smoo, única en el país por sus cámaras creadas tanto por el mar como por el agua de lluvia.

Varios turistas exploran el interior de la cueva de Smoo.

Por estos parajes también encontraremos el Drumbeg Loop, una de las rutas en automóvil más inolvidables de Europa: un espectáculo de curvas cerradas y paisajes imponentes que ofrece muchas oportunidades para hacer un alto y empaparse de las vistas. A lo largo del tramo de carretera de un solo carril destacan la bahía de Achmelvich y las cascadas Clashnessie. Además, vale la pena llegar al faro de Stoer y caminar hasta el Old Man of Stoer, un enorme farallón frente a la costa.

Recorriendo con calma la región se encuentran otros tesoros como la reserva natural de la isla de Handa (se llega en ferri desde Tarbet), donde son famosos sus acantilados de areniscas de 100 metros de altura, cubiertos de nidos de aves marinas. Un auténtico hallazgo para los observadores de aves.

Wick: tierra de palacios, whisky y campos de golf

En el extremo oriental de esta costa escocesa está Wick, otro de los puntos interesantes del Flow Country y uno de los pueblos más grandes de las Highlands. La suya es una historia de hierro, plata y oro. Durante la Edad de Hierro se crearon los primeros asentamientos en la zona. La llamada “edad de plata” llegó en el siglo XVIII, cuando la ciudad se convirtió en un gran centro de pesca del arenque. Y la “edad de oro” a principios del siglo XIX, con las destilerías de whisky Old Pulteney, hoy famosa en todo el mundo. En este antiguo asentamiento vikingo ya no hay arenques, pero el whisky sigue muy presente y la destilería es una de sus principales atracciones.

Recorriendo Wick a pie se pueden reconocer diferentes castillos, la mayoría en ruinas, pero también hay acantilados y antiguas iglesias. Por otro lado, los alrededores esconden rincones espectaculares, como el pueblo de John O‘Groats o la península de Dunnet Head con acantilados cubiertos de aves marinas.

Una pista para quienes siguen los avatares de la familia real británica: muy cerca de John O‘Groats, está el castillo de Mey, antigua residencia de la reina madre —los que ejercen de guías son sus antiguos sirvientes—, y uno de esos lugares majestuosos por fuera y acogedores por dentro. En julio permanece unas semanas cerrado para alojar a aún a los Windsor.

Otra mansión es Dunrobin Castle, también en los alrededores de Wick. La casa es un cruce entre château francés, palacio inglés y castillo de las Highlands, con torreones al estilo Disney. Es la vivienda más grande del norte de Escocia y está decorada con todo lujo, a la altura de su aristocrático y controvertido dueño, el conde de Sutherland —que se hizo rico expulsando a los granjeros de la zona—. A pesar de la grandeza del interior, casi todos los visitantes prefieren los jardines de inspiración versallesca: cubren más de 400 hectáreas entre las murallas del castillo y el mar.

Vista del castillo de Dunrobin, en las Tierras Altas de Escocia.

La otra joya de la zona son los campos de golf y sus recorridos junto al mar son la mayor atracción: el Royal Dornoch Golf Club, con un entorno imponente junto a playas de arena blanca y dunas de arena, aparece en las listas de los mejores del mundo. Muy cerca, el Golspie Golf Club también tiene vistas insuperables y, todavía más al norte, el viento barre el Wick Golf Club, inaugurado en 1870.

La inóspita y asombrosa North Coast 500

La ruta en coche por la costa norte escocesa es una de las mejores de Europa. Atraviesa un paisaje que combina páramos inhóspitos, montañas inquietantes, prados litorales y asombrosas playas. Una hábil maniobra reciente de marketing le ha dado el nombre de North Coast 500 porque esas son, aproximadamente, las millas del trayecto de ida y vuelta desde la ciudad de Inverness, aunque seguramente el viajero terminará recorriendo algunas más si se pierde por estrechas pistas para buscar las vistas perfectas de la costa al final de caminos sin salida.

Una 'camper' a su paso cerca de Loch Eriboll, parte de la ruta de la North Coast 500.

Es recomendable recorrer la ruta en el sentido contrario de las agujas del reloj para obtener mejores panorámicas: hacia el norte desde Inverness, subiendo por la costa este hasta el condado de Caithness, girar luego al oeste por la parte superior de Escocia, antes de descender de nuevo por la costa. Así se consiguen las mejores vistas litorales, con el telón de fondo de las montañas de Assynt.

La North Coast 500 tiene un carril único y, al ser muy popular en Inglaterra, el tráfico en verano puede ser muy intenso. Una manera de paliarlo es ir parando a almorzar a base de pescado, ascender algunas montañas emblemáticas, desviarse por valles para explorar el legado de las Highland Clearances o zambullirse en el mar del norte.

Por último, Forsinard, el corazón del Flow Country

Aunque cuesta despegarse de la costa, merece la pena desviarse hacia el interior y llegar al pueblo de Forsinard, con muchas propuestas de caminatas guiadas y excursiones. Lo más sencillo es seguir una pista de 1,5 kilómetros desde el centro de visitantes que lleva a una impresionante torre mirador que adentra en la turbera de Flows, en peligro debido al cambio climático. Más adelante, descubriremos la belleza desoladora de los brezales.

Aquí encontramos también las huellas de las Highland Clearances, que fueron muy duras. Destaca, por ejemplo, el Strathaven Trail, un camino que recorre muchos puntos de interés numerados a lo largo del valle de Strathnaver, relacionados tanto con las Clearances como con diversos yacimientos prehistóricos.

Un excursionista junto a una granja abandonada en las Highlands.

En la costa oeste de la región, el condado de Caithness despliega una zona de acantilados cubiertos de hierba y tojo que esconden puertos pesqueros diminutos. Esta punta septentrional de Escocia, hasta Wick, fue en su día de los vikingos y está más ligada a las islas Orcadas y al archipiélago Shetland que al resto de Gran Bretaña. Es una tierra misteriosa, salpicada de monumentos antiguos y habitada por gente orgullosa de su ascendencia nórdica.

El tramo de costa entre los pueblo de Helmsdale y Lybster es especialmente espectacular, con pueblos costeros fundados por las comunidades expulsadas del interior por las Highland Cleareances.

El viaje finaliza en el pueblo de Dunbeath, instalando en un valle y con un puerto anclado entre acantilados del que, a pesar de que fue el tercero más importante de Escocia en su momento de apogeo, hoy solo quedan un par de barcos que recuerdan su pasado. Lo que sí que hay son varios yacimientos prehistóricos muy interesantes cerca: túmulos funerarios que se remontan a los años 4000 y 2500 antes de Cristo.

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