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Luis Gastón Soublette
Tribuna
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El Quijote chileno

Gastón Soublette, carismático, de una insaciable curiosidad, tuvo siempre una estrecha relación con profesores y estudiantes. Los invitaba a explorar, a dialogar

Gastón Soublette

En la mañana del domingo 25, temprano, cayó en mi Whatsapp un texto ligero, tan liviano, que casi podía sentir la brisa mientras leía: “Amado, en la madrugada, fueron los pájaros y una curiosa danza de árboles y de hojas anunciando que el gran caminador, el flaco y enjuto caballero de tranco largo, se despedía. Nuestro hermoso sabio, descifrador de enigmas, del canto de kultrunes, amigo de Violeta, de las ñañas y las ñuques, inclaudicable en el ejercicio de la revolución de estrellas y rizomas”. La mensajera y autora: la actriz Malucha Pinto.

Con la velocidad de un tornado, se compartía la noticia. Había muerto Luis Gastón Soublette, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2023, a los 98 años. Musicólogo, filósofo cristiano, experto en la cultura mapuche, profesor de la Universidad Católica, sabio y maestro.

Flaco, alto, de huesos largos, un Quijote versión chilena. Con su infaltable poncho mapuche, su bastón, su caminar pausado, pero erguido. Su pelo albo, su barba alba, su bigote albo, sus tupidas cejas albas. Cada vez que miraba a Soublette me parecía que estaba nevando. Gastón, el viejo del poncho, el que parecía eterno, el hombre infinito. Había enfrentado todos los retos: un cáncer al colon, una operación de cataratas (hubo desprendimiento de retina), una bronquitis severa que lo había dejado con un pulmón dañado. Y aunque él no se quejara de nada, tenía el cuerpo cansado. Pero no tenía ganas de morirse, no aún.

Lo velaron en su casa en Limache, donde vivía hace décadas con su esposa. Allí había lanzado el ancla. Rodeado de árboles, cultivaba su amada huerta, comía sano, tomaba poco alcohol. Le encantaba el jugo de zanahoria, bueno para la sopa y el consomé. Meditaba mucho. Cuando viajaba a Santiago se quedaba en casa de su única hermana Silvia (murió en 2020, el día del cumpleaños de Gastón). Se llevaban muy bien.

Dicen que tuvo una partida serena, acompañada. Bajo un cielo encapotado, la ceremonia se inició cerca de las dos de la tarde, en el cementerio 1 de Valparaíso. Lo despedían su familia, amigos, exalumnos, anónimos. Las machis reunidas aseguraron que Gastón era uno de ellos, un lonko. Camila Nieto, alcaldesa de Valparaíso, dijo: “Bienvenido, Gastón, a los cerros de Valparaíso y que tengas un hermoso viaje de retorno a la fuente del amor universal”. Todo había salido sin tropiezos. En gran parte gracias al propio difunto, quien había preparado minuciosamente su despedida. Hasta las lecturas bíblicas las había elegido él.

Hombre previsor, dos años antes le había encomendado a su asistente personal Javiera Blanco, directora de comunicaciones de Ediciones UC, la creación de una fundación que llevara su nombre. Le dejó un papel escrito a mano con 10 puntos de lo que él quería que fuesen sus objetivos.

Autor de una veintena de libros y múltiples ensayos sobre diversas materias de alta calidad intelectual y académico, Soublette usaba la máquina de escribir. No tenía celular, tampoco correo electrónico. Fue pieza angular de la Universidad Católica, allí hizo clases e investigaciones durante casi siete décadas en las áreas de filosofía, estética, música y teología. Fue director del Instituto de Estética de la UC, y durante la dictadura luchó con fuerza para que no fuera clausurado.

Nació en Antofagasta y estudió en el colegio Los Padres ses de Viña del Mar. Debió haber sido abogado, le hizo empeño, pero después de un par de años en Derecho de la Universidad de Chile, abandonó la carrera. Más tarde diría que fue una pérdida de tiempo. Además, estudió un año de Arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso. Tampoco era lo suyo. Partió a Francia y en el Conservatorio de París estudió musicología y composición. Allí conoció a su esposa Bernadette Saint Luc (murió el 2019). Tuvieron tres hijos: Francisco, Isabel y Violaine.

Carismático, de una insaciable curiosidad, tuvo siempre una estrecha relación con profesores y estudiantes. Los invitaba a explorar, a dialogar. En una de sus últimas conversaciones contó que su momento más feliz fue todos los años que hizo clases. Durante la dictadura fue un férreo anti-pinochetista y defendió con coraje a sus alumnos en sus huelgas, sus protestas, e impidió varias veces que fuesen detenidos. Sus clases eran libres, de descubrimiento personal, de reflexión profunda. La mitad eran alumnos formales de carreras muy diversas y la otra mitad eran oyentes frecuentes. No era partidario de hacer pruebas o calificar a los alumnos.

No fue fácil que obtuviera el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. La tercera fue la vencida. Después de dos intentos fallidos, en junio de 2023 los del honorable jurado recibieron una carta que contaba con la adhesión de 7.620 personas, que pedían que Soublette fuera el galardonado. El jurado lo reconoció como “un estudioso de la humanidad, un humanista que ejerce tanto el rol crítico del conocimiento como el valor del saber humano en su relación con la naturaleza, un sabio necesario en los tiempos que vivimos…”.

Sus dos grandes maestras fueron Violeta Parra, que le dio la misión de preservar la cultura popular y la sabiduría tradicional, y Lola Hoffman, que lo inició en el mundo de la filosofía oriental. Fue discípulo de Mahatma Gandhi, y del filósofo italiano Giuseppe Lanza del Vasto, quien lo conectó con la India y el pacifismo. Ahondó e investigó sobre los sabios chinos y escribió diversos libros sobre el Tao, su virtud Lao Tse, o El I Ching y la sabiduría histórica. Más tarde aplicaría su conocimiento al trabajo con destacados folcloristas nacionales como Violeta Parra, Margot Loyola, Gabriela Pizarro y Héctor Pávez.

Se definía como un pacifista, un cristiano, no católico. Consideraba que Jesucristo era el gran sabio popular, el profeta mayor. Creía en el reino de los cielos, la resurrección. A quien lo quisiera escuchar le decía que Chile es “un país echado a perder en cuanto a la calidad humana”. Su frase favorita, que sonaba como una feroz advertencia, era ¡Va a quedar la grande! Cuestión de tiempo, acotaba.

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