Sebastião Salgado, la Amazonia y la poética del conocimiento
Amazônia, el último gran legado del fotógrafo Sebastião Salgado, es mucho más que un tributo visual a la selva tropical: es una muestra contundente de cómo el arte puede entrelazarse con la ciencia para revelar formas de conocimiento holístico profundamente arraigadas en los territorios indígenas

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En el colegio me fasciné con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. La primera revolucionó la comprensión del espacio, el tiempo, y la gravedad al mostrar que no son magnitudes absolutas; la segunda, desestabilizó la lógica determinista y la idea de una realidad objetiva y preexistente. Con el paso de los años, viajando y visitando universidades, me ilusionó comprender que los principios de estas teorías tenían afinidades con las filosofías amazónicas, el arte y las humanidades ambientales, campos que han moldeado mi forma de habitar el mundo.
Descubrí desde entonces que no se trataba de equivalencias exactas, sino de conexiones profundas entre mundos disímiles. Así, si en la teoría de la relatividad, el espacio y el tiempo no son absolutos —dependen del observador y del campo gravitacional—, en el pensamiento amazónico, como en el de los Yanomami, Ticuna o Uitoto, el espacio y el tiempo también son relacionales y situados: hay múltiples temporalidades que se entrelazan en el cuerpo, el bosque y la experiencia vivida.
De manera análoga, la mecánica cuántica cuestiona la idea de una realidad fija e independiente del observador. A nivel subatómico, la materia y la energía se comportan de forma probabilística, y el acto de observación influye en el fenómeno observado. Este desafío a la objetividad absoluta resuena con el perspectivismo amazónico, en el que —como ha propuesto Eduardo Viveiros de Castro—, los seres humanos y no humanos perciben el mundo desde sus propias perspectivas existenciales. Lo que es “comida” para uno, puede ser “gente” para otro. Así, la realidad es múltiple y situada en la mirada de quien la habita.
Amazônia, el último gran legado del fotógrafo Sebastião Salgado (1944–2025), que falleció el pasado viernes 23 de mayo, es mucho más que un tributo visual a la selva tropical: es una muestra contundente de cómo el arte puede entrelazarse con la ciencia para revelar formas de conocimiento holístico profundamente arraigadas en los territorios indígenas. Formado originalmente como economista, Salgado desarrolló una mirada estructural sobre las desigualdades globales antes de convertirse en fotógrafo. Esta trayectoria marcó su sensibilidad para captar la vida humana y no humana en su complejidad ecológica, política y cultural. Así, Salgado fue capaz de proyectar a la Amazonia y sus pueblos como portadores de conocimientos.
A través de más de 200 fotografías en blanco y negro, y una banda sonora envolvente —compuesta por Jean-Michel Jarre e integrada con grabaciones reales de la selva—, la exposición ofrece una experiencia sensorial que va más allá de la contemplación estética. Fruto de siete años de recorrido por los rincones más remotos del Amazonas, la muestra no solo retrata la majestuosidad del paisaje y la vida de los más de 300.000 indígenas que habitan los territorios visitados por Salgado y su equipo; también evidencia la sofisticación de sus saberes, su relación íntima con los ciclos ecológicos y su comprensión relacional del espacio, el tiempo y la vida. Amazônia invita a escuchar una forma de pensamiento que desafía las fronteras entre naturaleza y cultura, dialogando con una visión científica del mundo que es, al mismo tiempo, sensible, plural y situada.
Es importante mencionar que la obra de Salgado ha sido criticada por su forma de representar a los pueblos indígenas, especialmente en sus series sobre la Amazonia, donde el uso estilizado del blanco y negro puede reforzar visiones exotizantes, atemporales o incluso sexualizadas. Esta crítica se inscribe en un debate más amplio sobre el poder de la imagen fotográfica, como plantea Susan Sontag en Sobre la fotografía. Para Sontag, tomar una fotografía implica apropiarse de lo fotografiado: cosificarlo, estetizarlo y fijarlo en una mirada externa que a menudo descontextualiza. Así, la crítica a Salgado no se limita a su obra. De hecho, cuestiona las lógicas de representación propias del medio fotográfico, sobre todo en contextos coloniales.
Sin embargo, esta mirada requiere ser matizada. A lo largo de su carrera, Salgado documentó los efectos del colonialismo y del capitalismo global, como en sus icónicas imágenes del trabajo forzado en Serra Pelada. Su obra aborda temas como la migración, la desigualdad y, últimamente, la devastación ecológica. En sus proyectos más recientes, Salgado puso en el centro la crisis climática, buscando generar conciencia y movilizar afectos, aun si ello provocó tensiones entre la estética y la representación.
El impacto del cambio climático y la pérdida acelerada de la biodiversidad configuran un escenario de emergencia global que pone en jaque la estabilidad del medio ambiente. En este contexto crítico, la selva amazónica emerge como un actor central en la lucha por frenar el calentamiento global y garantizar los derechos de las generaciones futuras. Además de su capacidad para absorber grandes cantidades de dióxido de carbono, la Amazonia desempeña un papel clave en el ciclo hidrológico continental, transportando humedad a través de los llamados ríos voladores que alimentan los regímenes de lluvia en regiones distantes. Frente a esta realidad, Sebastião Salgado y su esposa y directora de la agencia que compartían, Lélia Wanick Salgado, han recordado que “nuestro objetivo no es denunciar el horror de la devastación, sino mostrar la incomparable belleza de esta región y subrayar la importancia de preservar tanto el bosque como a sus habitantes”. Su defensa es una afirmación de los tejidos bioculturales entre el territorio y los pueblos indígenas.
Propuestas como la de ambos son fundamentales para fortalecer las luchas por la justicia climática global porque abren un espacio donde el arte, la ciencia y la ética convergen. Desde sus imágenes se rescata la belleza como forma de resistencia y la contemplación como un acto político contra la devastación que documentan. Me recuerdan que, más allá de las fórmulas y los datos, la ciencia también puede ser un ejercicio poético y emancipador. Un impulso similar al que encarnó el matemático Alexandre Grothendieck (1928–2014), que, como narra Benjamín Labatut en Un verdor terrible, renunció a las matemáticas puras cuando comprendió su potencial destructivo y llamó a repensar el papel del conocimiento científico frente a los peligros que enfrenta la humanidad.
En el arte de Salgado, como en las filosofías indígenas que descubrí en la Amazonia, resuena la idea de que el conocimiento no está separado de la vida ni del cuidado del mundo. Tal vez por eso hoy, frente a una crisis ecológica sin precedentes, necesitamos que los tomadores de decisiones escuchen esas otras voces de la ciencia: las que piensan con sensibilidad, con humildad, con imaginación. Solo así será posible reorientar el conocimiento hacia el bien común y ponerlo al servicio de quienes más sufren los efectos de la desigualdad y el cambio climático.
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