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Arianna de Sousa-García, escritora: “Apenas sea el momento de la reconstrucción de Venezuela, quiero estar ahí”

La autora de la celebrada ‘Atrás queda la tierra’, emigrada a Chile, reflexiona sobre la diáspora venezolana en América Latina

Arianna de Sousa-García
Santiago Torrado

A la periodista y escritora Arianna de Sousa-García se le iluminan los ojos y esboza una sonrisa cuando le preguntan por Puerto La Cruz, la ciudad caribeña donde nació hace 36 años. “Es un lugar precioso, deslumbrante en su naturaleza. Los atardeceres son increíbles, el mar siempre está rompiendo como una banda sonora”, evoca la autora de Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024), una celebrada novela de no ficción sobre la diáspora venezolana que atraviesa las fronteras de América Latina. Lleva a Puerto La Cruz tatuado en la memoria. También en la piel, en forma de un pelicano en su brazo izquierdo, como los que están en todas las orillas, dispuestos a lo que sea necesario para subsistir, un carácter que, asegura, comparten con sus paisanos.

Aunque han pasado nueve años desde que emigró a Santiago de Chile, Venezuela es lo primero que le viene a la cabeza cuando se despierta cada mañana. Atrás queda la tierra es también el testimonio de una madre que huye de un país en ruinas para salvar a su hijo que acaba de nacer. “Sigo pensando que apenas sea el momento de la reconstrucción, yo quiero estar ahí”, apunta De Sousa-García, una de las principales invitadas de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Habla suave y por momentos se le quiebra la voz. En medio de esta entrevista, recita el verso del poeta Rafael Cadenas que ha convertido en su propia oración: “País mío, quisiera llevarte una flor sorprendente”.

Pregunta. ¿Atrás queda la tierra es también una apología del migrante?

Respuesta. Yo pienso que sí. Cuando empecé a escribir el libro pensé un montón en qué quería realmente mostrar, y qué no; en qué estaba dispuesta a mostrar. Y mis decisiones al final son bastante claras. Me parece que lo es, que reivindica el derecho a hablar, que parece que no lo tuviésemos. El derecho a nombrarse, y a nombrar a otros. No como uno quisiera que fuese, sino como es.

P. Es una carta a un hijo, pero también por momentos un diálogo entre generaciones, con ese padre militante.

R. Es interesante. Esta resistencia al género que tiene el libro, o el uso de tantos géneros, tiene que ver con dos cosas. Con el movimiento, por supuesto, que te obliga a crear de distintas formas, bajo distintos conceptos, de distintas maneras. Pero también con ese diálogo postergado. Claro, es una carta a un hijo, pero no en el ahora, sino en el futuro. Es una ilusión de diálogo, no sabemos si va a estar o no. Al final, ese rol lo cumple el lector.

Arianna de Sousa-García presenta su libro ‘Atrás queda la tierra’.

P. En Colombia, el principal receptor de la diáspora venezolana, la crisis política y migratoria se sigue en gran medida por la frontera, por la proximidad, mientras que Chile está muy distante de Venezuela. ¿Cómo es como país de acogida?

R. Chile es un lugar brutal, inclusive para los chilenos. Las características geográficas modelan un montón el carácter. El frío se mete en el cuerpo; se ha metido en el mío, y pienso que en el de todos. Y en ese sentido, la incomodidad del frío hace que la gente no pueda mirar al otro, ni ocuparse de otras cosas. No es solo con los venezolanos. Han tomado la palabra Caribe como insulto. Y que belleza más grande ser del Caribe, no me lo puedo tomar como un insulto. Estoy muy orgullosa. Estamos un montón de colombianos, dominicanos, haitianos, unidos por esa palabra con la que nos quieren insultar. No creo que sean así por ninguna razón, creo que las bases de Chile están mal y han hecho de su sociedad una muy egoísta. La mayoría de las familias chilenas no llegan a fin de mes. Al final, es el Estado el que nos ha puesto a todos en esta posición de pelicanos, de tener que pelearnos entre nosotros por todo.

P. A esta altura, ¿considera a Chile su hogar?

R. No. Voy a cumplir nueve años allá, he tenido la suerte de tener amigos chilenos, y mi pareja es chilena. Pero no puedo. Es muy triste, porque sí es el hogar de mi hijo. Por esa obligación materna de ser escudo, que me he impuesto yo misma, se lo planteo como algo divertido: “¿Hacia dónde nos movemos? ¿Qué quieres conocer ahora?“. Él está cerrado a cualquier posibilidad. Me menciona a su círculo, a sus afectos. Estar muy aferrados al territorio es una posición muy característica de los hijos de migrantes. Por ahora hago lo que puedo; nos estamos moviendo de Santiago hacia el norte de Chile, a Iquique, donde no hay invierno. La sola idea de esa posibilidad significa mucho, en un sentido mental, espiritual y corporal.

P. ¿En Santiago ha podido construir una vida para su hijo, que era el propósito original?

R. Creo que lo he logrado. Pero qué tanto le sirvo si no estoy completa; si yo, como madre, estoy congelada. La decisión de una mudanza dentro de Chile tiene que ver con la idea de “protejamos esto que conseguí para ti, pero movámonos un poquito más hacia el sol”. Con esa búsqueda de la luz, pero también del calor y del movimiento.

La autora Arianna de Sousa-García en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILBO.

P. ¿Teme que se contagie en América Latina la política migratoria de crueldad premeditada que vemos con Donald Trump en Estados Unidos?

R. Esos discursos desde hace rato vienen metiéndose entre nosotros. Es una situación mundial. Latinoamérica no es diferente, tenemos a Nayib Bukele y al mismo tiempo vemos a Nicolás Maduro haciendo este show de recibimiento, que no es más que su deber. No nos dejaba pasar sin documentos, y por eso mucha gente no podía volver a Venezuela. Es como el circo, el gran espectáculo televisado y puesto en todas las redes. Por supuesto que lo temo, pero ya estamos ahí.

P. ¿Emigrar es alejarse de uno mismo, como dice el griego Theodor Kallifatides?

R. La migración abre una puerta que uno quizás nunca termina de cruzar. Sí, es alejarse de uno mismo, pero del uno mismo que uno era allá. Esa transformación, a veces, también tiene que ver con acercarse a lo más profundo, que no necesariamente aparece cuando uno está cómodo en su país de origen.

P. ¿Todavía es Venezuela lo primero en lo que piensa todas las mañanas?

R. Sí, todos los días: “País mío, quisiera llevarte una flor sorprendente”. Apenas sea el momento de la reconstrucción, quiero estar ahí. Creo que todos queremos la oportunidad de reconstruir nuestro país. Todos los días pienso en qué estamos haciendo para eso, cómo lo vamos a lograr, en qué va a significar. Tenemos tanto tiempo afuera que nuestras familias han crecido en otros lugares. ¿Va a significar eso una nueva ruptura? Tengo muchas preguntas.

P. ¿Ha regresado en estos nueve años?

R. Tengo pasaporte desde hace unos meses, fui a Bolivia a sacarlo. El libro obtuvo un reconocimiento económico, y lo usé íntegro para sacar los pasaportes. Era muy bonito y significativo. Pero fue terrible, porque pude tramitar el mío y el de mi hijo en Chile, pero luego cerró la embajada. Pude retirar el mío, pero no el de él. Los pasaportes de los menores hay que buscarlos en Caracas. Fue una desazón absoluta. Yo puedo, ahora, finalmente, entrar a Venezuela –sin saber qué va a pasar cuando entre–. Le planteé a mi hijo la posibilidad de ir a buscar su pasaporte; se me quebró y me dijo: “Es que no puedes ir sin mí”. Así que no voy hasta que él no pueda ir. Lo siguen teniendo secuestrado afuera; es muy loco, un nivel de violencia impresionante. La buena noticia es que ahora están aceptando que los familiares directos retiren los pasaportes de los niños. Voy a tramitar eso para que él pueda conocer su país.

P. ¿A qué se refiere la idea del insilio a la que ha hecho alusión en esta Feria del Libro de Bogotá?

R. Yo se la aprendí a venezolanos que están allá, que la usan cada vez más. Tiene que ver con verse y saberse en su país, pero haber perdido igual a su familia, a sus amigos, ya no reconocer los lugares donde estuvieron, donde crecieron, donde estudiaron. Es un estado muy extraño en el que también están afuera, estando adentro. No puedo sino imaginar cómo es, pero parece dolorosísimo. La gente que decide permanecer tiene esta idea muy profunda de haber visto lo que nos pasó a nosotros, a los que nos fuimos, y de decidir no querer eso. Pero es que lamentablemente ya nos fuimos tantos, que a todos nos pasó. Todos vivimos ese desarraigo, esa lejanía, esa fractura.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.
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