Bono cuenta su vida (y sus traumas) en un monólogo. Todo resulta intenso, como es él
En el documental ‘Stories of Surrender’, el cantante de U2 habla de su madre muerta y de su padre distante, del estrellato y del activismo. El retrato no sirve para desmentir un perfil mesiánico, pero sí para comprenderlo

Conviene recordar hoy que, entre los años ochenta y los noventa, U2 era probablemente la banda de rock más grande del mundo. La que movía multitudes y montajes mastodónticos en giras interminables, la que sorprendía con algunos giros en su planteamiento musical y escénico. El mejor momento del grupo irlandés queda muy atrás, y ellos han seguido activos con regularidad (su última gira es de 2019, nadie dijo que fuera la última) sin el mismo impacto. Asegura Bono que U2 nunca tuvo un líder, que lo eran los cuatro, pero lo cierto es que el público siempre lo vio a él como tal. No solo por ser el frontman, sino por su ubicua presencia para apoyar múltiples causas humanitarias, del hambre al sida pasando por la guerra en Bosnia y la deuda del Sur Global. Se le veía reunirse con Bush o con Blair, dar discursos en el Foro de Davos, en el Congreso de EE UU o en el del Partido Popular Europeo. A muchos un personaje tan mediático les acabó resultado cargante, demasiado intenso: ya está Bono soltando el sermón. Él tiene algo que responder a eso.
El músico llamado en realidad Paul David Hewson (Dublín, 65 años) empieza el documental Bono: Stories of Surrender itiendo que la autobiografía es propia de ególatras. Una complicada operación cardiaca en 2016 lo llevó a revisar su vida, un proceso que se tradujo en un libro de memorias lanzado en 2022, Surrender; una versión escénica con la que emprendió una gira por teatros; el disco Songs of Surrender, en el que reinterpreta sus canciones, y, ahora, el documental que ha estrenado Apple TV+, inexplicablemente traducido en España como Bono: historias de Surrender. Como si se quisiera evitar la palabra ‘rendición’, con la que Bono se refiere tanto a la bandera blanca que era el símbolo pacifista de la banda como a su evolución personal de joven impulsivo a adulto comprometido.
El filme, dirigido por Andrew Dominik (Blonde, Mátalos suavemente), es una adaptación, en riguroso blanco y negro, del espectáculo que se vio en teatros, aunque unas partes se grabaron con público y otras sin él. Bono aparece en el escenario con poca compañía: una violonchelista (Kate Ellis) y una arpista y teclista (Gemma Doherty), ambas en un discreto segundo plano junto al director musical Jacknife Lee.
Todo el metraje es un largo monólogo introspectivo solo interrumpido por versiones minimalistas de algunas de sus mejores canciones. La confesión pasa por distintas fases: al principio parece un recital poético; a ratos remite a los manuales de autoayuda o a las charlas TED; unos fragmentos parecen impostados y otros desprenden más sinceridad. Mejora según va incorporando humor y, sobre todo, según se va desnudando, cuando se deja ver como alguien vulnerable en vez de como un triunfador.
El cantante habla largo y tendido de sus traumas de juventud, el principal de ellos, la relación con su padre. Con 14 años perdió a su madre, Iris Hewson; la reacción del viudo Bob Hewson fue que no se volviera a hablar de ella en presencia de los dos hijos. El adolescente Paul maduró con ese silencio convertido en un desgarro; y cuando le tocó ser padre se sentía inseguro porque creía haber sido un mal hijo. Aprendió a cantar de adolescente siguiendo el ejemplo de Bob (empleado de correos y tenor aficionado), pero le reprocha que no creía en su talento. Simula diálogos con su fantasma, porque murió en 2001. Todo el monólogo parece enfocado a demostrar que se ha reconciliado con él.
Pasa más rápido por la formación de U2. Se juntaron cuatro chicos que no sabían tocar instrumentos con propiedad, pero que fueron listos para encontrar su camino: hacer lo que nadie más hacía. Tras cuatro discos de éxito creciente, el Live Aid, un festival benéfico televisado en todo el mundo que organizó Bob Geldof en 1985, los catapultó. No se queja Bono en ningún momento del peso de la fama, ni se esperaba de él. Hay algo egoísta en querer ser el mejor en lo tuyo, ite, lo que subraya otra vez su autoestima. Señala a su esposa, Ali Hewson, como alguien que le mantenía los pies en el suelo.
Bono alude en algún momento a la espiritualidad, aunque de una forma difusa. Hijo de padre católico y madre protestante, lo que era conflictivo en aquella Irlanda, él siente una religiosidad que es muy patente en su obra sin encajar en ningún credo. Es más convincente cuando da explicaciones de su activismo, consciente de que el hecho de que un millonario hable tanto de la pobreza puede entenderse como puro postureo. “¿Soy un hipócrita?“, se pregunta. ”Sí, pero por muchos otros motivos". Explica entonces que los hipócritas también pueden hacer buenas obras: “Los motivos no importan, los resultados sí, las vidas sí”.
Si de Bono se ha criticado su mesianismo, este documental no sirve para desmentirlo. Encontró una misión vital: aprovechar la fama para impulsar las causas en las que cree. Ha querido hacer balance cuando ya no es la estrella que fue, y en algún momento parece estar dando una justificación que no se le había pedido. Él es así. Si ya te resultaba cargante, esta película no te va a hacer cambiar de opinión. Pero lo entenderás mejor. Es fácil burlarse de quienes sueñan con cambiar el mundo, y es más difícil responder a la pregunta de qué estás haciendo tú para que mejore.
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